La crónica de los derechos humanos debería construirse siempre desde su condición más precaria, allí donde la prospección ha fallado, en contra de los planes del Estado, sus acciones afirmativas o sus campañas de concientización. La crónica de esos derechos debe hacerse desde el fracaso institucional para conseguir su conocimiento, goce y ejercicio pleno e igualitario, es decir, para todas las personas, advirtiéndose desde allí la falta de universalidad, aunque también recordándonos su exigible progresividad.
La razón de lo anterior descansa en el hecho de que es, precisamente, entre las personas de los llamados grupos vulnerables, entre quienes se manifiesta esa precariedad de manera más generalizada, lo que convierte la labor de promoción y protección de los derechos en una deuda pendiente del Estado mexicano, cuya encomienda constitucional es hacer patente el conocimiento y el ejercicio pleno de los derechos humanos para todas las personas.