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Biden y la tragedia afgana

El presidente Biden decidió seguir un acuerdo heredado por Trump para salir de Afganistán, los estadounidenses están de acuerdo con eso, pero no con la forma en que se ha ejecutado esa salida.
mar 31 agosto 2021 11:59 AM
Sin arrepentimientos
El presidente Biden en mensaje sobre la estrategia en Afganistán.

Varios “halcones” que promovieron la invasión de Afganistán en 2001, durante el gobierno de George W. Bush, buscan culpar del fiasco estadounidense en dicho país al presidente Joe Biden. Y Biden, que a pesar de haber sido su vicepresidente, fue uno de los principales críticos de la decisión de Barack Obama de enviar más tropas a territorio afgano en 2009, ahora está pagando el costo de ponerle fin a una intervención que –como él mismo lo supo advertir desde entonces– estaba destinada a fracasar.

Cuando todavía era senador por el estado de Delaware, Biden apoyó inicialmente la invasión. Pero lo hizo, en el contexto de aquel momento, como todo Estados Unidos. La votación en el Congreso autorizando al presidente el uso de la fuerza contra cualquier país, organización o persona involucrada directa o indirectamente en los atentados del 11 de septiembre fue prácticamente unánime: 98 a favor y 0 en contra en el Senado, 420 a favor y 1 en contra en la Cámara de Representantes. En cuestión de días, los niveles de aprobación de Bush pasaron del 50 al 90%. Y el apoyo en la opinión pública para llevar a cabo acciones militares en Afganistán llegó a estar en 94%. Había el apoyo, mas no la estrategia, para emprender la guerra.

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Fue un ejemplo para libro de texto de lo que lo que los politólogos llaman “el efecto de aglutinarse alrededor de la bandera”, es decir, la tendencia a la unidad (y al silenciamiento de la disidencia) que se genera en periodos de crisis, guerra o amenazas externas, sobre todo en términos de un fuerte apoyo a la figura del presidente, que es percibido como el líder que encarna a la nación frente a la adversidad.

Para 2009, ya en el primer año del gobierno de Obama, las encuestas indicaban que alrededor del 60% de los estadounidenses percibían que la incursión afgana de sus fuerzas armadas no iba bien. Y poco más de la mitad se oponía ya a ella. Los altos mandos militares solicitaron entonces un aumento en el número de soldados desplegados en territorio afgano, argumentando que tal vez podrían replicar el éxito que mostraba la estrategia “contrainsurgente” en Irak. Obama ponderó la posibilidad durante varios meses. Biden, desde el principio, se opuso rotundamente. ¿Por qué?

Porque no veía cómo enviar más estadounidenses haría una diferencia efectiva en cuanto a la corrupción del gobierno afgano ni a su falta de capacidades institucionales. Y porque no había evidencia de que el movimiento talibán representara una amenaza real para los intereses ni la seguridad nacional de Estados Unidos. Biden no propuso retirarse en ese momento, pero sí adoptar una estrategia mejor definida y mucho más limitada que reconstruir Afganistán o erradicar a los talibanes. Los objetivos de esa guerra, en su opinión, no estaban bien calibrados. Obama, sin embargo, se inclinó por acceder a las demandas de los militares y envió 30 mil tropas adicionales. Biden perdió aquel debate, aunque el tiempo se encargaría de darle la razón.

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En 2011, un comando de la marina estadounidense mató a Osama Bin Laden en Paquistán. A pesar de ese hito, que hubiera podido convertirse simbólicamente en el principio del fin de la intervención en Afganistán, la guerra continuó. Ni siquiera la victoria en 2016 de Donald Trump, quien nunca tuvo un plan pero siempre quiso sacar a Estados Unidos del enredo afgano, cambió la trayectoria que Biden había previsto: el fracaso.

Con todo, en el último año de su presidencia Trump se sacó de la manga un muy controvertido acuerdo con los talibanes en el que se comprometió a salir de Afganistán sin obtener nada más que una promesa de sus enemigos de que ya no atentarían contra Estados Unidos ni albergarían terroristas. Al firmarlo, Trump pudo presumir que cumplía una oferta de campaña y alinearse con una opinión pública mayoritariamente partidaria de ponerle fin a la incursión estadounidense, mas dejó al gobierno y al pueblo afgano a su suerte. Como dijo en su momento el propio consejero de seguridad nacional de Trump, H.R. McMaster, “el acuerdo de 2020 fue una capitulación. El Talibán no nos derrotó, nos derrotamos nosotros mismos”.

Ya en el poder, Biden decidió dar seguimiento a dicho acuerdo –quizá porque vio en él una oportunidad, muy deslucida pero pragmática, de ponerle fin a una intervención que así no tendría que arrastrar por el resto de su presidencia. Las encuestas indican que la mayor parte de los estadounidenses están de acuerdo con salir de Afganistán, pero no con la forma en que se ha ejecutado esa salida.

Biden, Estados Unidos, el gobierno y el pueblo afgano, todos pierden. En este desenlace, el único ganador son los talibanes. Parece que la tragedia afgana no tiene fin.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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