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#ColumnaInvitada | El presente impresentable

El desastre que tenemos hoy es resultado del cúmulo de malas decisiones tomadas en los tres primeros años de este gobierno, y lo malo es que no parece que haya voluntad alguna de enmendar el camino.
mar 03 agosto 2021 06:20 AM
(Obligatorio)
El presidente en sus mañaneras mantiene la defensa de su gobierno sin aceptar errores o malos resultados.

El hubiera no existe. Esa pequeña frase nos revela poderosas conclusiones del quehacer humano. Aunque es cierto que debemos aprender de errores del pasado para no cometerlos de nuevo, lo cierto es que vivir en el análisis de lo que debiera haberse hecho antes para tener un mejor presente es un proceso que debe tener límites y acotaciones. Partamos de un principio básico: no es posible alterar los acontecimientos previos, ni tampoco se puede fijar a priori el futuro, lo que se puede hacer es impactar nuestras decisiones en el presente.

Esto que parecería ser una verdad de Perogrullo es vital para comprender en buena medida lo que hoy sucede en el país. En medio de una triple crisis y tormenta (inseguridad, pandemia y economía), lo que más se demanda es que se tomen las mejores decisiones posibles para lograr atemperar los nocivos efectos en todos estos rubros. Y sin embargo sucede todo lo contrario.

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En forma inverosímil cuando más se demanda tener seriedad en el mando, cuando sería más importante recabar opiniones de los mejores científicos, cuando habría que recurrir a implementar las mejores prácticas internacionales, cuando sería lógico tomar las decisiones con aplomo estadista, cuando se requeriría convocar a la unidad nacional, y en general cuando la operación diaria debería ser como sumar y trabajar en equipo, en México el gobierno federal, y particularmente el Presidente hace todo lo contrario.

Podemos decir que ya a tres años de distancia de que tomaron las riendas del país (porque lo hicieron desde el 2 de julio de 2018), se ha sentido este medio sexenio como si fueran 5 minutos, pero debajo del agua. Se ha optado por cortar el oxígeno del diálogo, por cercenar la habilidad de encontrar coincidencias, y por manejar todo en base a un vacío intelectual.

El país simplemente es un teatro en el que se critica el pasado y se omite cualquier reflexión a los propios errores. Porque si a esas vamos, hay que señalar que el pasado abarca necesariamente esta primera mitad del sexenio. Ya no es viable, ni retóricamente, hablar de que la culpa la tuvieron otros. El desastre que tenemos hoy es resultado del cúmulo de malas decisiones tomadas en estos tres años, y lo malo es que no parece que haya voluntad alguna de enmendar el camino, sino acaso de apretar el paso en la misma ruta de desolación.

Pero el nivel de desesperación con no obtener resultados ya no solamente pasa por el enfermizo proceso de culpar al pasado, lo que incluso propició el desperdicio de más de 500 millones de pesos en una consulta popular infame, sino que ahora incluye hablar en forma prematura de la sucesión presidencial. Así tenemos lo peor de todo, imputaciones del pasado, especulaciones del futuro, y negación de la responsabilidad presente. Es un demencial desprecio por las obligaciones del cargo, lo que solo se entiende cuando se vive en una realidad paralela, una en la cual los que sufren los problemas reales no existen. De hecho, no existimos para quien ocupa Palacio Nacional.

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El problema es que el presente no responde a la visión abyecta de la 4T. La nación no se puede abstraer de lo que pasa aquí y en el mundo. Se requiere realmente una visión de absoluto desacomodo con la información que todos sabemos existe en los grandes temas de definiciones. Solo así es entendible ver como se militariza el país, se entrega el país a la delincuencia organizada, se rompe el sistema de salud, se destroza la capacidad de gestión gubernamental, se abandona a las víctimas de todos tipos, se vulneran las libertades, se ataca a los disidentes, y por lo mismo se presenta un efecto de un populismo rancio como el que no conocíamos, quizá ni siquiera en los momentos del mayor presidencialismo de los 70 o los 80 (lo que explica a dónde nos quiere regresar el actual Presidente).

Pero la absoluta mayoría de mexicanos no queremos esa visión del país, empezando porque lo que quiere imponer el Presidente no corresponde a la realidad. Por más que el Presidente sea capaz de armar estrategias de comunicación eficaces en cuanto a popularidad se refiere (ya con rentabilidades decrecientes), es iluso pensar que podrá sostener su castillo de naipes. La realidad es imbatible, aún para él.

Pero ahora toca armar un plan de reconstrucción nacional, porque el futuro lo debemos construir desde hoy. Por ello debemos acordar en secuencia estricta: (a) ¿qué es lo que queremos como bases de un país unido, justo, pacífico, ordenado y parejo? (b) ¿cómo lograr las acciones necesarias para lograrlo (con miras a una social democracia)? y (c) como paso final, ¿quiénes son las personas que deban encabezar dicho movimiento de reedificar el país que hoy está en riesgo (no caudillismo)? ¿Lograremos con esa visión de nación en 2024 ir a un destino distinto del actual? Sí se puede despertar la ilusión y el convencimiento de ese mejor futuro, una en que cabemos todos, saliéndonos de la inercia destructiva actual. El presente es impresentable, pero lo vamos a cambiar todos con imaginación, creatividad, y sobre todo mucho trabajo en equipo en forma horizontal e incluyente en todo el país.

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Notas del editor:

Juan Francisco Torres Landa es Miembro Directivo de UNE.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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