Iba a escribir que esa es otra de las muchas cosas sí que cambiaron con la transición, pero no, no exactamente. Porque a pesar de la mitología que todavía existe en torno al viejo sistema político mexicano, lo cierto es que los presidentes de entonces tampoco escogían soberanamente, conforme a su libre albedrío y a plena voluntad, a sus sucesores. Varios estudiosos del presidencialismo mexicano lo han explicado de uno u otro modo (pienso, por ejemplo, en Rafael Segovia, Soledad Loaeza, Rogelio Hernández, Raymond Vernon, Luis F. Aguilar, Jorge Carpizo o hasta Jorge G. Castañeda): la “clave” del papel de los presidentes en los procesos de sucesión no era imponerse a rajatabla sino saber reconocer restricciones, medir fuerzas, ponderar necesidades y negociar con múltiples intereses, lo mismo de aliados que de adversarios.
Porque como escribió Alberto Arnaut en 1995: “El poder presidencial nunca fue un poder absoluto, a pesar de ser el gran árbitro de última instancia en la vida política nacional. Lo más que se ha dicho es que el presidente ha sido una especie de monarca sexenal. En la realidad siempre fue el centro de una compleja maquinaria política basada en las normas escritas y no escritas del sistema, las cuales, como todas las normas, terminan imponiendo severos límites a todos los actores políticos, incluido el presidente de la República. Entre las normas escritas sobresalen el principio de no reeleccion y el sistema federal de gobierno. Y entre las no escritas, la compleja relación entre los presidentes en turno y el partido dominante, las organizaciones sociales partidarias y extrapartidarias”.
Aquella “compleja maquinaria política” implicaba, a su manera y con todos los asegunes propios de su carácter autoritario, una cierta institucionalidad: organizaba la competencia, encauzaba el conflicto, estabilizaba las expectativas. Los presidentes emanados de aquel viejo PRI, con todos sus defectos, lo entendían y lo acataban. Incluso los que trataron de desafiarlo, terminaron, por las buenas o las malas, acatándolo. Aunque los acotara (o tal vez precisamente por eso).
AMLO: “Yo soy el destapador”; todos tienen posibilidad, dice | #EnSegundos