Una vez que las autoridades electorales hayan determinado ganadores, los problemas torales de nuestro país seguirán ahí y por lo tanto el desafío que deberemos enfrentar los ciudadanos independientemente de resultados comiciales previsibles o volátiles. México no se agotará el 6 de junio, porque a partir del 7 deberemos cerrar esa fase y poner manos a la obra en los pendientes que nos aguardan. Para ordenar mejor nuestro empeño, debemos reflexionar con cuidado y sin el énfasis del apasionamiento que durante estas temporadas nubla nuestro intelecto.
La primera reflexión ineludible es que un Estado digno de tal nombre no puede permitir que el crimen organizado continúe influyendo con su violencia o su dinero sobre la vida económica, política y social de nuestro país. Si estamos buscando un adversario que nos cohesione, éste se encuentra ahí, lavando su dinero en no pocas constructoras, restaurantes, negocios y bancos; este adversario continúa imponiendo autoridades a sangre, fuego y billetes en amplias franjas de nuestro país. La impunidad con la que opera no solo obedece a su capacidad de fuego sino a la solvencia con la que corrompe y soborna los cuerpos de seguridad que deberían defendernos, así como la penetración que ha logrado en sectores pobres y adinerados de nuestra sociedad.
La segunda reflexión no menos importante tiene que ver con el respeto y consolidación de nuestras instituciones, particularmente ahora que muchas de ellas son sometidas a denuesto y descalificación por actores políticos de toda talla. Dentro de una democracia debe existir una relativa y saludable incertidumbre sobre quien ganará una vez que todo voto haya sido contado. Lo que sin embargo no puede tolerarse en democracia es que el triunfo se encuentre sometido no a la voluntad de las urnas sino a la capacidad de pataleo, bloqueo o descalificación de alguna de las partes en contienda. Mientras la incertidumbre sobre el resultado es natural y bienvenida, la certidumbre sobre el proceso, sus fases y su equidad no debe estar en duda. Aquí las instituciones electorales deben cumplir con perfil profesional e imparcial y no doblarse ante presiones, mientras que aquellos ciudadanos que apreciamos los diques civilizatorios que son las instituciones, debemos estar dispuestos a defenderlas con la voz, la pluma y en la calle misma si fuera necesario.