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Y después del 6 de junio, ¿qué?

México no se agotará el 6 de junio, porque a partir del 7 deberemos cerrar esa fase y poner manos a la obra en los pendientes que nos aguardan.
mar 01 junio 2021 07:59 AM
 elecciones del 6 de junio
El próximo 6 de junio se llevará a cabo el proceso electoral más grande en la historia del país.

Llevamos varios meses esperando la fecha del 6 de junio como el momento fundacional o definitorio del país. Aunque, efectivamente, nos jugamos bastante en las elecciones del próximo domingo, éstas pasarán y una vez consolidados sus resultados, deberemos enfocar la defensa de las vías institucionales y el respeto del pluralismo, sin los cuales no podríamos llamarnos democracia, procesos electorales aparte.

Una vez que asentada la tolvanera de las descalificaciones y despropósitos, deberemos emplear la oportunidad de este proceso electoral para hacer “corte de caja” sobre la calidad de la democracia de nuestro país, donde el mero hecho de ser candidato o pre-candidato pinta una diana sobre la espalda de políticos de varios partidos.

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Una vez que las autoridades electorales hayan determinado ganadores, los problemas torales de nuestro país seguirán ahí y por lo tanto el desafío que deberemos enfrentar los ciudadanos independientemente de resultados comiciales previsibles o volátiles. México no se agotará el 6 de junio, porque a partir del 7 deberemos cerrar esa fase y poner manos a la obra en los pendientes que nos aguardan. Para ordenar mejor nuestro empeño, debemos reflexionar con cuidado y sin el énfasis del apasionamiento que durante estas temporadas nubla nuestro intelecto.

La primera reflexión ineludible es que un Estado digno de tal nombre no puede permitir que el crimen organizado continúe influyendo con su violencia o su dinero sobre la vida económica, política y social de nuestro país. Si estamos buscando un adversario que nos cohesione, éste se encuentra ahí, lavando su dinero en no pocas constructoras, restaurantes, negocios y bancos; este adversario continúa imponiendo autoridades a sangre, fuego y billetes en amplias franjas de nuestro país. La impunidad con la que opera no solo obedece a su capacidad de fuego sino a la solvencia con la que corrompe y soborna los cuerpos de seguridad que deberían defendernos, así como la penetración que ha logrado en sectores pobres y adinerados de nuestra sociedad.

La segunda reflexión no menos importante tiene que ver con el respeto y consolidación de nuestras instituciones, particularmente ahora que muchas de ellas son sometidas a denuesto y descalificación por actores políticos de toda talla. Dentro de una democracia debe existir una relativa y saludable incertidumbre sobre quien ganará una vez que todo voto haya sido contado. Lo que sin embargo no puede tolerarse en democracia es que el triunfo se encuentre sometido no a la voluntad de las urnas sino a la capacidad de pataleo, bloqueo o descalificación de alguna de las partes en contienda. Mientras la incertidumbre sobre el resultado es natural y bienvenida, la certidumbre sobre el proceso, sus fases y su equidad no debe estar en duda. Aquí las instituciones electorales deben cumplir con perfil profesional e imparcial y no doblarse ante presiones, mientras que aquellos ciudadanos que apreciamos los diques civilizatorios que son las instituciones, debemos estar dispuestos a defenderlas con la voz, la pluma y en la calle misma si fuera necesario.

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Entre las reflexiones que tenemos que abordar, tercera en este orden, es la que tiene que ver con la pluralidad de alternativas y diversidad de opiniones propias de cualquier democracia. Los mexicanos podemos profesar varias religiones o ninguna, votar por varios partidos o ninguno, apoyar a diversos equipos deportivos o ninguno de ellos, y podemos mostrar todas esas preferencias con vehemencia y entusiasmo, pero lo que de ninguna manera es válido es la machacona y vulgar llamada a aniquilar al adversario, cancelar su existencia, aplastar su disenso. No podemos continuar tolerando los excesos retóricos de los dos extremos de nuestro espectro político. Karl Popper ya nos hablaba alguna vez sobre la paradoja de la tolerancia y cómo el lenguaje de odio disuelve la convivencia democrática y después la democracia en sí.

Después del 6 de junio habrá país y continuarán sus problemas, llegará la hora de enterrar el hacha de guerra y –aunque no llegáramos a sentarnos a fumar la pipa de la paz– debemos discutir, desde nuestras diferencias, cómo renunciamos todos a algo para llegar a acuerdos razonables. Si no estamos dispuestos a aceptar que hay muchos Méxicos y opiniones tan válidas y legitimas como la propia, entonces preparémonos a sufrir otro dos años y medio de campañas de alta y baja intensidad hasta el siguiente proceso electoral. No nos lo merecemos. ¿Cambiaremos?

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autor.

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