Mi argumento es que la principal característica del gobierno de López Obrador no es su ideología sino su forma. La esencia de la 4T es lo que llamo el “gobierno voluntario.” Defino “gobierno voluntario” como aquel que prefiere (i) el voluntarismo como forma de operación y (ii) con el voluntariado como forma de trabajo.
Primero, López Obrador concibe que las acciones de gobierno solo se concretizan de manera exitosa cuando nacen de la voluntad de quien las implementa, y no del deber o de la obligación legal que existe para implementarlas. Es decir, cree en el voluntarismo más que en las instituciones.
Esto se observa prístinamente en el hecho de que su gobierno ha rechazado sistemáticamente las estructuras burocráticas en favor de los encargos. Así, las misiones más importantes de la 4T no han sido asignadas a estructuras institucionales para obligar a su cumplimiento, sino a personas encargadas. A la voluntad de López-Gatell le fue encargada la pandemia. A la de Irma Eréndira Sandoval la lucha contra la corrupción. Y la de a Rocío Nahle la política energética. Su gobierno confía en la buena voluntad de las personas y no en las instituciones.
Esto es también evidente en el hecho, por demás sorprendente, de que López Obrador ha modificado relativamente poco la Constitución a pesar de tener mayoría en el Congreso. Es claro que su preferencia no es la vía legal, sino resolver las cosas por voluntad, decreto o encargo. Modificar la ley es algo que ve como tardado, lento e ineficiente. En lo que él realmente cree es en alinear voluntades.