Por razones que solo él entiende, el presidente López Obrador ha decidido antagonizar al movimiento contra la violencia de género que ha aglutinado a miles de mujeres en todo el país. Es incomprensible. No hay gobierno progresista en el mundo que reaccione así ante el agravio femenino. Ni uno solo.
En México, la cosa es distinta. López Obrador ha tratado de presentar el asunto como una batalla más en la lucha por el poder, insistiendo que los contingentes de mujeres son, en realidad, títeres de intereses oscuros. Esto no es nuevo. Desde hace tiempo, el presidente ha convertido a esa narrativa en su recurso favorito. No hay contrapeso ni reclamo legítimo, todo hay que interpretarlo como parte del ajedrez del poder: quien tiene la osadía de reclamar o exigir la más elemental rendición de cuentas debe ser, por fuerza, un opositor.