Con motivo de las reuniones de Ministros de Finanzas y Gobernadores de Bancos Centrales del G-20, bajo la presidencia italiana esta semana, la titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, introdujo un nuevo concepto que requiere reflexión: la Gran Divergencia.
Se refiere a la recuperación económica que se está dando en el mundo este año y continuará los próximos, de manera absolutamente dispar y diferenciada. Ello exacerbará problemas de desigualdad, falta de acceso a derechos y pobreza.
No todos los países se encontraban en la misma situación antes de la pandemia y las respuestas ante la pandemia han sido sumamente divergentes. Ahí tenemos el claro ejemplo de los dos extremos de América Latina, Brasil y México donde el primero ha destinado cerca del 10% de su PIB a atender los costos sociales de la crisis y en nuestro país esta cifra alcanzó un magro 0.7%. No extraña que Brasil será el único país de la región donde la pobreza disminuya en el contexto de la peor crisis económica mundial, y el nuestro arrojará a 10 millones de nuevos pobres según cifras de la CEPAL, por la falta de estímulos fiscales.
La mezcla de tres elementos –la situación previa a la crisis, medidas para combatirla y políticas para la recuperación– va a arrojar qué tipo de futuro tiene cada país.
El FMI calcula que el PIB per cápita para 2022 sea 13% menor a las proyecciones pre-crisis en los países desarrollados, comparado con 22% para los países emergentes y en desarrollo, con los consecuentes efectos en retrocesos en el bienestar de las personas. En este contexto, todo parece que los planes, compromisos y proyecciones de la comunidad internacional para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar, educación de calidad para todos, entre otros) enfrentarán serios retrocesos hacia la meta de su pleno cumplimento en el 2030.