Es decir, la corruptela cotidiana no es normal y una vez detectada, existe la independencia necesaria para que la institución responsable construya los casos y/o imponga los castigos proporcionales.
En las últimas décadas, en dichas democracias han renunciado primeros ministros y políticos relevantes; han pagado multas multimillonarias empresas simbólicas y muchos han llegado a la cárcel.
¿Son sistemas perfectos? Absolutamente no, simplemente son sistemas donde hay una mayor certeza que las normas se hagan respetar para el beneficio de toda la sociedad.
En México, la corrupción es cotidiana: es evidente en los abusos y concesiones para algunos.
En México, la corrupción es cultural: se considera imposible ejercer derechos, obtener justicia o prosperar económicamente sin ella. Incluso, se refleja en dichos populares como “el que no tranza, no avanza”, “el año de Hidalgo”, “no te pido que me des, ponme donde hay”.
En México, la corrupción es aceptada: una vez que alguien, un amigo cercano, un familiar, obtiene un beneficio gracias a un mal uso del poder, quienes están cerca justifican, relativizan e incluso la celebran.