Pero el informe del presidente, como cada informe que rinde en las mañanas, sin excusa ni pretexto, no es un mero ejercicio de ilusionismo retórico. López Obrador sabe lo que hace. Hace muchos años que reconoció y perfeccionó la importancia de adueñarse de la narrativa para establecer la agenda y, en su versión más exitosa, incluso la percepción de la realidad.
Así lo hizo cuando, astuto, se diseñó la primera versión de las conferencias de prensa matutina siendo jefe de Gobierno en tiempos de Fox. Desde ahí, López Obrador comenzó a volverse lo que hoy vemos: el narrador en jefe de la realidad mexicana.
Desde entonces no ha parado en su intento de moldear la realidad a través de discurso propagandístico. Sabe que, en un país como México, a veces basta que el presidente diga que todo va de maravilla para que la gente opte por descreer a sus ojos, su entorno o su bolsillo y se convenza, en cambio, de que, en efecto, todo va por buen camino.
Si lo dice el tlatoani debe ser cierto. Eso es lo que hace López Obrador todos los días. Eso es lo que hizo el martes. Y mientras lo haga sin nadie enfrente que le replique, seguirá gozando de inmerecida popularidad.
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