Fiel a su disciplina de mensaje, esbozó un país que ha hecho un manejo ejemplar de la crisis y que poco a poco emerge para retomar el rumbo como si todo lo que ha pasado fuera solo un mal sueño.
En el país que bosqueja López Obrador, no hay espacio para algún tropiezo del gobierno o del hombre que lo preside, mucho menos para ofrecer una disculpa por las consecuencias de las omisiones, evidente para todos menos para el presidente y sus acólitos.
En el México de López Obrador solo hay espacio ya no para el optimismo –que sería normal, aunque ingenuo– sino para otra cosa que no sea la celebración de una transformación que, contra la evidencia de la terca realidad, va porque el presidente dice que va.