Otras iniciativas que también fueron aprobadas por los votantes dieron un paso más allá: en la capital, Washington D.C., se despenalizó la psilocibina (un ingrediente activo en los hongos alucinógenos) y en Oregón se despenalizó la posesión en cantidades menores de otras drogas ilícitas además de la marihuana, como la heroína, la cocaína y las metanfetaminas.
Aquí no importó el color rojo o el color azul. En estos distintos lugares, no se votó a favor del mismo candidato presidencial, pero aun así comparten un consenso: hay que repensar el statu quo sobre el uso de las drogas.
La aprobación de estas iniciativas por el electorado de estos estados no es más que una de las pruebas más recientes de un viraje drástico en la política sobre drogas estadounidense. Recordemos que no era hasta hace poco que prevalecía un discurso beligerante que hablaba de una guerra contra las drogas desde la administración del presidente Richard Nixon. Ahora, bajo el reconocimiento de que el enfoque prohibicionista no ha dado buenos resultados, se busca que la ciudadanía tenga un debate abierto y crítico sobre la política de las drogas.
Ahora EE. UU. aborda esta situación no como un tema de seguridad, sino como un tema de salud pública; una situación que es patentemente contraria a la que persiste hoy en día en México. Mientras nuestro país vecino pone el tema en la discusión pública y avanza hacia la regulación, aquí simplemente no está a discusión. El problema es que la inacción ya ha pasado factura. Por desgracia, son miles de personas las que han perdido la vida (y en algunos casos, muertes sumamente violentas) derivado de actividades del narcotráfico.