Al contrario: endureció su gesto, agrió su voz, estrechó su mirada. La Presidencia convocó no a sus mejores ángeles sino a sus peores demonios. Reveló a un líder trágico, cuya ambición de amasar poder parece inversamente proporcional a su capacidad para ejercerlo de manera constructiva. No hace falta haber militado en su causa para reconocer que fue un gigante en la oposición; tampoco es necesario estar ahora en la disidencia para admitir que ha resultado un enano en Palacio.
Con todo, más allá del personaje y su lugar en la posteridad, están las personas y su futuro. ¿Qué cimientos se están colocando para dentro de cinco, diez o veinte años? ¿Hacia dónde se encaminan la educación, el medio ambiente, la cultura, el sistema de justicia, la investigación científica, el sistema de salud o la innovación tecnológica? ¿Cuál es la imagen del porvenir que pueden forjarse, en función de las decisiones de este gobierno y sus resultados esperables, los mexicanos que hoy tienen, por decir, entre 6 y 21 años?
Este “cambio de régimen” se ha concentrado mucho en el desmantelamiento de instituciones, la cancelación de obras o programas, los recortes burocráticos, la austeridad presupuestal, en fin, en la labor de demoler al México del pasado inmediato. ¿Pero cuál es el país, entonces, que está edificando? ¿De que se trata su idea del mañana? ¿Existe? ¿Cuál es su agenda? ¿Cuáles sus objetivos e instrumentos?