En lo segundo, tienen razón. México no está, en general, para celebrar nada. A la década y media de violencia se suma ahora un colapso económico sin precedentes y, mucho peor, una debacle sanitaria que ha concluido con la muerte de decenas de miles de mexicanos. El país duele, y quien lo niegue es terco o cínico o una combinación.
Pero la sugerencia de que el momento no amerita celebrar el nacimiento de la patria es una equivocación. A México hay que celebrarlo siempre. El país no empieza ni termina en la coyuntura actual, por más difícil que sea.
México comenzó su lucha por la independencia hace ya 210 años. Desde entonces, el país se ha sobrepuesto a invasiones, brutales derrotas militares, encono interno y colapsos económicos.
En la Revolución Mexicana murieron al menos un millón de personas, de manera directa e indirecta, en una década de conflicto, periodo que incluyó el impacto salvaje de la influenza española. México ha atravesado también por lapsos de tremenda tensión política y desesperanza. En todo momento, el festejo de la idea de México se ha mantenido en pie. Y así debe de ser.
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