Una familia sentada entre calle y calle, conectada a la red de la ciudad, tratando de enseñarle a los hijos la lección del día en un celular maltrecho. En parte, claro, estas son las escenas de la pandemia, y no son exclusivas de México.
La disparidad tecnológica ha abierto aún más la brecha entre quienes tienen recursos para alcanzar algo vagamente parecido a la normalidad educativa y quienes tienen que resignarse a algo que, seamos francos, no tiene nada que ver con una experiencia valiosa de aprendizaje.
Pero, aunque las escenas propias de la pandemia y la educación infantil no sean exclusivas de México, sí ilustran uno de los mayores costos que dejará esta época de aislamiento y distancia.
Porque si el déficit de calidad y acceso educativo en México ya era dramático, después de este tiempo lo será mucho más. Cuando millones de familias no tienen acceso a la tecnología, la educación se vuelve una mala broma.