Esa forma de concebir el gobierno ya era problemática en 2019. Su ideología causó el despido de miles de personas del gobierno y eliminó múltiples programas sociales que eran funcionales.
En 2020, esa ideología ya no solo fue problemática sino potencialmente mortal. No es del todo descabellado pensar que si el gobierno hubiera aumentado el gasto para realizar una transferencia en efectivo a los más pobres, informales y desempleados, la pandemia hubiera sido menos letal. Las personas hubieran podido quedarse en casa y con ello reducir los contagios.
No es del todo seguro que hubiera sido así, el caso de Perú demuestra cómo, en estados disfuncionales, aún con amplias transferencias y endeudamiento, es imposible mantener a las personas en casa. Sin embargo, quizá sí pudo haber tenido un impacto.
En 2021, de no rectificarse la ideología del presidente, sus ideas podrán suponer el fin, no solo del gobierno federal, sino del proyecto mismo de López Obrador. En una forma de suicidio lento, el el presidente ha ido recortando cada vez más recursos y operando con cada vez menos gente. Muchos de sus trabajadores están descontentos, pero no se van porque no hay alternativa en una economía deprimida. Muchas de las ideas que él mismo quería implementar han sido rechazadas por costar dinero. Sus recortes que aspiraban a ser de hasta el 75% del gasto operativo, lo dejaron rodeado de personas sin recursos, sin computadoras, sin capacidad de acción.