Pero lo que se está perdiendo de vista es que una crisis climática –catástrofe verde o “cisne verde” como lo ha llamado el Banco de Pagos Internacionales– es un evento perfectamente posible, perfectamente previsible y cada vez más probable (contradiciendo la tesis misma del cisne negro que se refiere a sucesos prácticamente imposibles de acontecer), y que, como vino la pandemia actual a hacerlo, puede poner nuestro mundo al revés, incluido el financiero, no se diga el de la salud, la seguridad y la integridad de todos.
Es por ello que el mundo financiero necesita reconocer la existencia de este reto global y consensuar medidas para disminuir sus posibilidades de ocurrencia, revertirlo y desde luego no descartar estar preparados para un “choque climático”.
Los modelos de análisis financiero tienen ya que incorporar variables ambientales para definir riesgos; las autoridades financieras y ambientales tienen que tener foros conjuntos permanentes de diálogo y toma de decisiones; los reguladores nacionales, regionales y globales tienen que fomentar mediante fuertes e incluso drásticos incentivos para priorizar la inversión verde por encima de la café, y privilegiar el capital que va dirigido a la producción y el consumo sustentables, las energías limpias, la economía circular y en general, a la armonización entre el desarrollo económico y la preservación medio ambiente.
Otro tema prioritario sobre el cual el Covid y sus secuelas deben hacernos reflexionar más, pero sobre todo, actuar ya.
Es necesario ver inversiones más limpias y eficientes en vez ineficaces y contaminantes.
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La autora fue servidora pública por más de 25 años, ex-Subsecretaria de Relaciones Exteriores, Sedesol, Hacienda y Senadora con Licencia.
Nota del editor: las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.