El problema es que a la par de la transmisión de responsabilidades no ha venido una transmisión de recursos. Los estados han tenido que endeudarse para proveer apoyos a sus ciudadanos, o como es el caso de la Ciudad de México, recurrir a sus recursos.
Tampoco ha habido una apertura para renegociar los términos del semáforo federal. La crítica más dura es que tal cual está diseñado, el semáforo castiga a los estados que realizan más pruebas. Esto se debe a que cuando se hacen más pruebas es más fácil encontrar casos positivos. Por tanto, la probabilidad de rojo aumenta para los estados que realizan seguimiento de contactos. Esto es un severo problema en el diseño del semáforo.
En respuesta a todo esto, la rebelión de gobernadores ha comenzado. Con distintos niveles de estruendo, varios gobernadores ya han comenzado a pedir su salida del pacto federal.
Los gobernadores quieren entrarle a gobernar solos. Y ello estaría muy bien si tan solo pudieran.
La realidad es que es más fácil criticar que gobernar. Estudio tras estudio ha quedado demostrado que los gobernadores no son capaces de realizar labores de gobernanza básica y que pocos han hecho esfuerzo por profesionalizarse.