Para sus críticos son meras distracciones, pero dudo que en privado lo crean. Saben bien que los cambios reales estriban en sustituir las costumbres por hábitos nuevos, un ejercicio particularmente difícil para una sociedad desigual, dividida y en condiciones precarias de educación, salud, oportunidades y desarrollo.
Por eso su método choca tanto con quienes detentaban antes las decisiones públicas e influían en todos los niveles del gobierno. Empoderar de abajo hacia arriba es la amenaza más grande que un sistema piramidal como el nuestro puede tener y cada acción que toma el presidente de la República va precisamente en esa dirección.
Tal vez es su certeza sobre los principios morales de una gran parte de ciudadanas y ciudadanos o es una idea basada en la historia de nuestra nación de que sacamos lo mejor de nosotros mismos en los peores momentos (y este de la pandemia es uno de ellos), lo cierto es que los peldaños que crujen en su gobierno son los de arriba de una escalera social que hace mucho tiempo dejó de permitir el ascenso de la mayoría.
No es solo la llegada de Emilio Lozoya, ejemplo perfecto del tipo de administradores que hemos tenido durante 50 años, o la conferencia con un enorme avión de fondo que jamás debió comprarse, porque nunca iba poder venderse, de tanto lujo con el que fue adquirido, se trata de no dejar ningún tabú sin mencionar, ningún escondite para que la doble moral tan arraigada en nosotros se oculte y no haya olvido, aunque sí un probable perdón, de aquellos que la historia acomodó y acomodará como culpables del deterioro de un país que enloquece a un profesor de física argentino porque no es potencia a pesar de sus recursos.
Tan sencillo que era explicarle el pésimo chiste acerca de la decisión celestial de poner a la abundancia y a los mexicanos en un mismo sitio o la moraleja del cuento de la cubeta abierta con cangrejos nacionales que nos marcaron por generaciones.
Es decir, por increíble que les parezca a sus detractores, López Obrador tiene mucha más fe en la gente, en particular los segmentos que él llama “el pueblo”, que la que tenemos en nosotros mismos y su apuesta es dejar los cambios que propone en los hombros de mujeres y hombres que puedan rechazar cualquier intento de regreso al pasado, no importa en qué parte de la pirámide se encuentren.