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Desenfocados

El presidente carece de resultados, pero abunda en provocaciones. No conduce al país para hacerle frente a la emergencia; más bien capotea, distrae, aturde mientras la emergencia lo devora.
mar 23 junio 2020 11:59 PM
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La mañanera del presidente se ha convertido en un espacio para lanzar temas a la opinión pública.

Ningún gobierno en el México contemporáneo había tenido que enfrentar una situación tan difícil como la que está enfrentando estos meses el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Una pandemia cuyo antecedente histórico más cercano sería la gripe española de 1918. Una contracción económica solo equiparable a la que provocó la Gran Depresión de 1929. Y una crisis de seguridad a la que resulta muy difícil encontrarle un precedente comparable. Todo al mismo tiempo. Seamos sensatos: la verdad es que ningún país puede estar propiamente “preparado” para semejante coctel de calamidades simultáneas.

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Sin embargo, tal vez pocos países estaban peor preparados que México. Por un lado, por problemas estructurales de muy larga data: instituciones débiles y con poco arraigo social, finanzas públicas frágiles y bajo muchas presiones, corrupción endémica, pobreza y desigualdad persistentes, etcétera. Y, por el otro, también por una coyuntura particularmente adversa: un sistema de partidos desfondado, cuyo colapso pone en entredicho la viabilidad de los pesos y contrapesos democráticos; un presidente de ideas simples y fijas, al que le sobra voluntad de poder y le falta visión de gobierno; un gabinete muy leal y dependiente del liderazgo carismático de López Obrador pero, salvo dos o tres excepciones, con muy magra experiencia en la administración pública; y, en fin, un proyecto de transformación tan ávido de hacer historia e inscribirse en la posteridad como incapaz de reconocer los imperativos de la contingencia inmediata y adaptarse a ellos. Seamos honestos: el lopezobradorismo carece del aplomo, los talentos y las habilidades necesarias para responder exitosamente a las dificultades que plantea nuestra atribulada actualidad.

En cierto sentido, no es un error que el presidente insista tanto en pretender que lo peor ya pasó. Desde luego no hay ningún indicio de que así sea, al contrario. La emergencia no hace sino agravarse día con día. Ahí están las gráficas de López-Gatell, las estimaciones económicas de Hacienda, la pérdida de empleos que registra el IMSS, las cifras sobre homicidios del SESNSP, las noticias sobre hechos violentos en Colima, Jalisco, Guanajuato y Sonora. Ahí está el país, en suma, ardiendo.

Con todo, en la medida que desde muy temprano López Obrador optó por no asumir la gravedad de la amenaza, por no hacerse cargo ni dar la cara, por no tomar medidas verdaderamente extraordinarias que estuvieran a la altura del desafío, está siendo congruente con su propia apuesta. Lo que le queda es terminar de desembarazarse de la responsabilidad y trasladar los costos a los gobernadores, la prensa, los ciudadanos, o las oposiciones. Digamos, parafraseando a James Joyce, que no cambia él ni cambia México, pero precisamente por eso no deja de cambiar de tema.

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Cada mañana dice alguna insensatez, lanza un nuevo reto o abre otro flanco de batalla. Como carece de resultados, abunda en provocaciones. No conduce al país para hacerle frente a la emergencia; más bien capotea, distrae, aturde al país mientras la emergencia lo devora. Y en eso sí que es exitosísimo, porque tanto sus propagandistas como sus detractores alimentan el ciclo, ya sea tratando de revestir con argumentos la desnudez de sus disparates o mordiendo involuntariamente el anzuelo de sus puyas. Así pasa el tiempo y se acumulan los escándalos –fundados o ficticios, da igual– que alteran la percepción, avivan el conflicto y, esto es lo fundamental, desenfocan la discusión pública. La emergencia no está domada en lo más mínimo, pero la atención del país ya está en otras cosas.

#QuéPasóCon... el Bloque Amplio Opositor?

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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