Su conocimiento de cómo han evolucionado las políticas efectivas de desarrollo social en el mundo es mínimo. No conoce, ni parece interesarle, qué es lo que mejor ha funcionado para ayudar a los pobres a salir de esa condición. Sólo sabe cómo ayudarlos a paliarla en el corto plazo.
En realidad, es poca su consciencia de que el objetivo, más que apapachar a los pobres, debe ser ayudarlos a superar la pobreza, darles la posibilidad de movilidad social, que en México es de las más bajas de la región y, por lo tanto, del mundo.
Hoy, ya en el poder, el presidente ha caído en el mismo pecado de los políticos que tanto ha criticado. Se mareó muy pronto en la silla; dejó de entender la realidad. Y replica esas políticas asistencialistas e ineficaces que se usaban en esos tiempos que son su única referencia.
A diferencia de los, por lo menos, tres presidentes anteriores, López Obrador tenía una oportunidad real de cambiar la lacerante realidad del país; y lejos de hacerlo, la está profundizando por su incapacidad de entender el mundo. Parece que su afán es combatir la riqueza y el bienestar.
Pero también, decide aferrarse a sus ideas porque para él, electoralmente, no es conveniente superar la pobreza. Lo que le conviene es mantener una base social poco educada, con poco conocimiento de lo que pasa más allá de su comunidad. Eso le asegura mantener poder y control.