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El presidente de los pobres

El problema de AMLO es que su conocimiento de la pobreza en México es tan profundo como su localismo y falta de entendimiento de un contexto más integral del mundo, plantea Don Porfirio Salinas.
lun 08 junio 2020 06:10 AM
MUNICIPIO CEDRAL, SAN LUIS POTOSÍ, 29ENERO2019.- El Presidente de México Andrés Manuel López Obrador puso en marcha el programa alimentario Canastas Básica Integral para combatir la pobreza a nivel nacional. La canasta se ampliará de 23 productos a 40 las cuales se mantendrán a bajos precios, los artículos serán comercializadas por las autoridades federales en las comunidades rurales de alta y muy alta marginación.
FOTO: ANDRÉS YAÑEZ /CUARTOSCURO.COM
AMLO genuinamente puede ser llamado ‘el presidente de los pobres” porque lejos de ayudarlos, los seguirá condenando aún más a seguir pobres, dice Don Porfirio Salinas.

La principal aportación política del Presidente López Obrador es, probablemente, su discurso de “primero los pobres”. Una narrativa de batalla que, en principio, no es falsa y que logra reivindicar un discurso social que se había olvidado en México.

El presidente nació, creció y se desenvolvió en una zona de alta marginación, de pobreza, de desatención, de profunda discriminación. Una zona de aquellas donde es más evidente la histórica desigualdad, la concentración de riqueza, los cacicazgos y los abusos. De eso aprendió.

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Ese México profundo donde las élites, muy minoritarias, deciden los destinos del pueblo, esa mayoría resignada a seguir los designios de los caciques.

Esto fue lo que marcó la vida del presidente. Es lo que vivió, y de lo que aprendió. Se metió a la vida partidista y a la política, tomando siempre el lado de los insurrectos. Su carrera se caracterizó por la rebelión. Por eso dejó el PRI, porque no encajaba en un contexto de institucionalidad.

Alcanzó algunos cargos locales con los que conoció aún más su contexto. La presidencia estatal del PRI lo llevó a recorrer todo su estado; y con su cargo regional en el entonces Instituto Nacional Indigenista, recorrió todo el sur sureste, con realidades desconocidas en la capital del país.

Muy pocos políticos entienden el contexto social del México real, particularmente en los últimos años; y de esos, son aún menos los que llegan a niveles de toma de decisión en los que puedan incidir en esa cruda realidad.

El presidente sí lo logró, después de muchos años de intentos frustrados. El problema es que su conocimiento de esa realidad es tan profundo como su localismo y falta de entendimiento de un contexto más integral del mundo, de entender qué sí ha cambiado. Se quedó en esa época.

Y aún más, ese entendimiento social lo llevó a desarrollar una visión electoral fincada en esas épocas del México de antaño. Una visión de maquinarias de voto, de dádivas, de asistencialismo. Visión que funcionó bien para su gran victoria por el hartazgo social, pero que es insostenible.

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Su conocimiento de cómo han evolucionado las políticas efectivas de desarrollo social en el mundo es mínimo. No conoce, ni parece interesarle, qué es lo que mejor ha funcionado para ayudar a los pobres a salir de esa condición. Sólo sabe cómo ayudarlos a paliarla en el corto plazo.

En realidad, es poca su consciencia de que el objetivo, más que apapachar a los pobres, debe ser ayudarlos a superar la pobreza, darles la posibilidad de movilidad social, que en México es de las más bajas de la región y, por lo tanto, del mundo.

Hoy, ya en el poder, el presidente ha caído en el mismo pecado de los políticos que tanto ha criticado. Se mareó muy pronto en la silla; dejó de entender la realidad. Y replica esas políticas asistencialistas e ineficaces que se usaban en esos tiempos que son su única referencia.

A diferencia de los, por lo menos, tres presidentes anteriores, López Obrador tenía una oportunidad real de cambiar la lacerante realidad del país; y lejos de hacerlo, la está profundizando por su incapacidad de entender el mundo. Parece que su afán es combatir la riqueza y el bienestar.

Pero también, decide aferrarse a sus ideas porque para él, electoralmente, no es conveniente superar la pobreza. Lo que le conviene es mantener una base social poco educada, con poco conocimiento de lo que pasa más allá de su comunidad. Eso le asegura mantener poder y control.

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En este sentido, claro que la pandemia le cayó como anillo al dedo. No tiene que desgastarse pues la crisis, por sí misma, generará más pobres, más base de control. El solo tiene que sentarse y esperar.

Está desperdiciando la posibilidad histórica de corregir problemas estructurales del país, por ideales anacrónicos y limitados, por su afán electoral cortoplacista, por su visión personalista y no de país; y su rencor hacia todo el que ha sobresalido, sin diferenciar entre esfuerzo y corrupción.

López Obrador genuinamente puede ser llamado "el presidente de los pobres” porque lejos de ayudarlos, los seguirá condenando aún más a seguir pobres.

El estar rodeado de gente resentida y rencorosa, ávidos de revancha, tan o menos informados que él de la realidad global y nacional actual, confirma que su apuesta por los pobres no es para ayudarlos, sino para perpetuarlos en ese círculo vicioso.

Ese rencor social, en algunos casos justificado, pero en los más radicales del gabinete en realidad incongruente ante cómo se desenvuelven en su vida personal, obstaculiza una verdadera transformación y condena a agrandar las problemáticas sociales del país.

Lejos de perseguir la posibilidad real de cohesión social, el presidente ha optado por replicar un sistema caciquil, ese sistema que tanto combatió en su juventud. Tal vez no lo combatía para tratar de destruirlo, sino para convertirse él mismo en el cacique, como hoy parece intentarlo.

Se equivocan quienes vieron en el presidente a un político de izquierda. Nunca lo fue; es un político de tierra, de calle. Fue militante del ala reaccionara del PRI, pero no de su reconocida ala tradicional de izquierda.

Después se fue al Frente Democrático Nacional, que sólo jugó con la izquierda mexicana para su beneficio; y que al formar el PRD terminó con ella al extinguir a los partidos tradicionales y olvidar sus agendas progresistas.

Esa izquierda letrada, culta y preparada que tanto urge a México hoy, nunca fue en la que militó el presidente. Él proliferó en la pseudo izquierda reaccionaria, divisoria, protagónica y sin ideología. La del rencor y la revancha.

Esa naturaleza se hace cada vez más visible, y peligrosa, como lo demostraron sus fanáticos en Reforma y Polanco el viernes (y la jefa de Gobierno ausente). El presidente juega con fuego, no sólo está perpetuando la pobreza sino que incita a la violencia. Este Tigre ni López Obrador, ‘el presidente de los pobres’, podrá controlarlo.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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