Muchas de estas acciones le permitieron la recuperación electoral del PRI en las intermedias de 1991, después de que en 1988 perdiera por primera vez su mayoría calificada en el Congreso.
Pero, además, se caracterizó por ser un presidente abierto a dialogar con todas las corrientes y escuchar todas las posturas. Constantemente, sostenía pláticas con la intelectualidad, con la comunidad cultural, con periodistas. La mayoría salían convencidos de que hacía lo correcto.
En su gabinete, creó un Consejo Económico y Social, conformado por las mejores mentes del momento, de izquierda y derecha, que lo ayudaban a detallar muchas de sus principales políticas públicas. Eso ya no se ha replicado en los sexenios subsecuentes, mucho menos en el de la 4T.
Y no sólo en lo económico llevó a México al mundo y trajo el mundo a México. También inauguró la etapa de grandes conciertos de artistas internacionales en el país (que antes no venían), de la explosión del turismo, de las ferias y exposiciones internacionales, entre muchas otras acciones.
Todos estos hechos y su narrativa de México como un país en la ruta del desarrollo, estaban acompañados de una sensación positiva real en los bolsillos de la gente, de una expansión de la clase media, y de mejores condiciones económicas para muchos; aunque para muchos otros no.
Estos son solo algunos ejemplos de lo que Salinas dio a México. Lamentablemente, sus logros se descarrilaron el sexto año con el EZLN, el asesinato de Colosio que tanta esperanza había traído, el de Ruiz Massieu, entre otras desgracias. Aun así, es el sexenio de mayor crecimiento en 40 años.
Hoy, llevamos un año y medio de discursos, y ni un solo día de hechos. Hoy, el presidente se distancia cada día más de ser el gran esperanzador que, durante 5 años de discurso y acciones, Salinas sí fue. López Obrador aún puede corregir el rumbo, pero ¿podrá?, o aún más, ¿querrá?
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