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El presidente esperanzador

López Obrador ha sido, en el discurso, el mandatario más esperanzador en décadas. Su narrativa ha hecho sentir a los más olvidados que sus demandas se reivindican, pero en los hechos está fallando.
lun 11 mayo 2020 06:45 AM
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Salinas y AMLO han enarbolado un discurso a favor de los desprotegidos.

Un buen discurso es una manera muy eficaz de dar esperanza a una sociedad. Empatía, y demostrar que se conocen las problemáticas diarias de la gente, genera una identificación entre quien habla y quien lo escucha.

Pero el discurso no lo es todo, y no es eterno. Generar esperanza es fácil. Mantener esa esperanza requiere de acciones y hechos concretos y contundentes. El discurso se debe traducir, en relativamente poco tiempo, en hechos tangibles para materializar esa esperanza.

El presidente López Obrador ha sido, en su discurso, el mandatario más esperanzador en décadas. Su narrativa profundamente social ha hecho sentir a una buena parte de la población, los más olvidados, que sus luchas y demandas se reivindican. Sin embargo, en los hechos, está fallando.

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Si vemos hacia atrás, hay pocos ejemplos exitosos. Sin duda, el principal es Carlos Salinas de Gortari. Logró grandes cosas para México, en un entorno político y social muy complejo para esa época. Supo remontar los profundos cuestionamientos de su elección con discurso y hechos.

Salinas fue un presidente que cambió de tajo la perspectiva sobre México, tanto en el imaginario colectivo mexicano como en la visión del mundo sobre nuestro país. Y lo hizo, a pesar de protagonizar la elección más cuestionada hasta ese momento; la primera competida en décadas.

Consciente del reto político de su elección, supo identificar los aspectos que más generaban descontento en la sociedad, y que habían generado que muchos voltearan a lo que parecía en ese momento un movimiento de izquierda; que después, lamentablemente, probó no serlo en realidad.

Fue así que se embarcó en proyectos sociales muy importantes, e innovadores, para esa etapa del país. Uno de los principales fue la creación de Solidaridad, el programa de transferencias a los mexicanos de menores ingresos que se volvió ejemplo internacional, mantenido por cuatro sexenios.

Hábil como era políticamente, entendió reclamos muy profundos de apertura democrática. Así, con la principal reforma electoral desde 1977, creó el Instituto Federal Electoral y modernizó la legislación, quitando al gobierno federal la organización de elecciones.

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También, atendió una demanda social añeja con la creación histórica de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, dándole mayor legitimidad al Estado en una etapa en la que se requería enfrentar problemas de seguridad y crimen organizado; haciéndolo con relativo éxito.

Sabedor de la profunda vocación religiosa de los mexicanos, se embarcó en una reforma constitucional de las relaciones Iglesia-Estado; pero colmilludo como es, lo hizo con el suficiente cuidado de no darle a la Iglesia las libertades que añoraban.

Entendiendo el panorama de cambios sociales en el país, hizo la más profunda reforma laboral hasta ese entonces, al permitir la creación de sindicatos independientes. Por primera vez, la gran central obrera del PRI, la CTM, no tendría ya el monopolio de los trabajadores.

Justo en esta estrategia de mayores libertades sindicales y laborales, y sabiendo bien el descontento por la corrupción, destronó a dos de los principales líderes sindicales del momento: La Quina de Pemex y Jonguitud del SNTE. Cuentan los rumores que sólo le faltó tiempo para ir contra el SME.

En la parte económica, su gran fuerte, supo llevar a México a niveles insospechados. Logró una renegociación histórica de la deuda externa, y una reducción significativa de la deuda interna. Además de bajar la carga impositiva mientras ampliaba la base gravable.

Emprendió una lucha abierta contra la inflación, que era uno de los demonios en México, bajándola a niveles históricos no vistos en décadas por las recurrentes crisis económicas.

Consolidó la apertura comercial de México, negociando y firmando el TLCAN, ejemplo internacional en su momento. Nos metió a la OCDE, siendo el único país en desarrollo en este club de ricos. Y dio la autonomía al Banco de México, que tanto ha servido, sobre todo en el momento actual.

También fue un sexenio clave para la infraestructura y comunicaciones en el país. Probablemente, el principal desde Don Porfirio Díaz. Fue el boom de las carreteras, la logística y la movilidad, generando mucho mayor movimiento de personas y mercancías.

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Muchas de estas acciones le permitieron la recuperación electoral del PRI en las intermedias de 1991, después de que en 1988 perdiera por primera vez su mayoría calificada en el Congreso.

Pero, además, se caracterizó por ser un presidente abierto a dialogar con todas las corrientes y escuchar todas las posturas. Constantemente, sostenía pláticas con la intelectualidad, con la comunidad cultural, con periodistas. La mayoría salían convencidos de que hacía lo correcto.

En su gabinete, creó un Consejo Económico y Social, conformado por las mejores mentes del momento, de izquierda y derecha, que lo ayudaban a detallar muchas de sus principales políticas públicas. Eso ya no se ha replicado en los sexenios subsecuentes, mucho menos en el de la 4T.

Y no sólo en lo económico llevó a México al mundo y trajo el mundo a México. También inauguró la etapa de grandes conciertos de artistas internacionales en el país (que antes no venían), de la explosión del turismo, de las ferias y exposiciones internacionales, entre muchas otras acciones.

Todos estos hechos y su narrativa de México como un país en la ruta del desarrollo, estaban acompañados de una sensación positiva real en los bolsillos de la gente, de una expansión de la clase media, y de mejores condiciones económicas para muchos; aunque para muchos otros no.

Estos son solo algunos ejemplos de lo que Salinas dio a México. Lamentablemente, sus logros se descarrilaron el sexto año con el EZLN, el asesinato de Colosio que tanta esperanza había traído, el de Ruiz Massieu, entre otras desgracias. Aun así, es el sexenio de mayor crecimiento en 40 años.

Hoy, llevamos un año y medio de discursos, y ni un solo día de hechos. Hoy, el presidente se distancia cada día más de ser el gran esperanzador que, durante 5 años de discurso y acciones, Salinas sí fue. López Obrador aún puede corregir el rumbo, pero ¿podrá?, o aún más, ¿querrá?

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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