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#ZonaLibre | Yo también tengo miedo

Aquí estamos de nuevo, con temor quizá pero con un anhelo sincero de que sean pocos los que sufran. Porque si esta crisis del coronavirus no nos une, no lo hará nada.
mié 15 abril 2020 06:30 AM
Miedo
Los médicos y enfermeras de salas de emergencias son los que más se arriesgan a enfrentar el coronavirus, pero las afectaciones mentales de los ciudadanos también están creciendo.

La tensión, ansiedad, aburrimiento; combinadas con desánimo, afán, incertidumbre, temor hacia el mañana, enfado y pena son sentimientos que se acumulan en miles de hogares en el país.

La razón es fuertemente reflexiva: nos sentimos unidos en la misma vulnerabilidad que quizá nunca imaginamos tener.

Pero no todos quieren sentirse así, por eso salir a trabajar es una forma de sentirse “normales”, intentar cambiar una realidad con la esperanza de que ese enemigo invisible del nuevo coronavirus sea una falacia o un montaje.

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Para aquellos que necesitan forzosamente laborar esto se ha convertido en un martirio aún peor. La zozobra es un sentimiento generalizado, esto ha causado el cierre de toda clase de establecimientos, muchos de ellos no volverán a abrir sus puertas. Miles de personas dejaron sus escritorios de trabajo y no volverán a ellos.

Pareciera que nos hemos escondido de nuestra propia vida: atrincherados y refugiados; encerrados por conveniencia, por el temor que se va difundiendo a causa de la confusión y perplejidad que ocasionan las dudas constantes de lo que sucede en esta guerra invisible donde lo único que buscamos la mayoría de los seres humanos, es sobrevivir.

Yo también tengo miedo, porque soy parte de una humanidad que vive una etapa crítica, diariamente amenazada ante la ignorancia de la ciencia que no puede combatir de manera asertiva e inmediata una pandemia inconcebible para el 2020. Yo también tengo miedo de que no ser el mismo, ni seamos los de antes. Tengo miedo del incierto y problemático mañana.

Cada vez que me informo de lo que expertos señalan, cuando dicen que más del 70% de la población seremos infectados en algún momento; cuando imagino que la plaga puede llegar a mi familia o a mis seres queridos y que no haya camas o respiradores.

Pues no hay sistema médico en el mundo que sea capaz de enfrentar las aglomeraciones de enfermos, como nos lo demuestra Italia, España o Estados Unidos.

¡Claro que tengo miedo! Sin embargo, me doy cuenta de que no soy el único y tampoco somos pocos. Que esta situación histórica nos da también un propósito a todos. Que podemos estar lejos y separados, pero hemos encontrado maneras de unir corazones.

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Una misma batalla

El internet se llena de transmisiones en vivo; millones de personas se conectan para reconectarse con aquellos que ahora extrañan. Para muchos de nosotros, recibir una llamada era aburrido o funesto. Hoy esperamos ansiosamente que alguien nos recuerde y escuchar la voz de otros seres humanos. Porque esas voces de otros nos recuerdan también que estamos todos en esta lucha conjunta, porque nos fortalece recordar que somos parte de grupos de personas con la misma necesidad de comprender la compleja situación.

Olvidamos lo que se sentía la nostalgia. Para muchos, este encierro nos ha recordado nuestra infancia, las calles que nos veían crecer, los momentos que nos forjaron e hicieron lo que somos hoy en día. Hoy, extrañamos la tienda de abarrotes de la esquina, la tortillería o papelería que tanto disfrutamos cuando fuimos niños.

Volver a escuchar a un anciano, tiene un valor incalculable, cuando antes pensábamos que era una pérdida de tiempo. ¡Cuánto tiempo perdimos creyendo que el tiempo era nuestro!

Hablar de política y sus políticos en estos momentos resulta ocioso y hasta nefasto. Pero nos llena de esperanza los gestos de generosidad, de entrega y de esfuerzo por los demás que ya realizan los que piensan en su vecino sin importarle quien sea. Cuando se aplaude a los trabajadores médicos, los repartidores o aquellos que entendiendo que otros tienen menos y la pasarán peor –a pesar de su propia incertidumbre económica– envían, sin esperar algo a cambio, la solución de problemas de los que podrían perderlo todo.

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Se llama esperanza, esa fuerza que en México conocemos una y otra vez. También solidaridad y empatía, esa que surge en los peores tiempos que hemos vivido como país.

Y nadie puede negar que vienen tiempos oscuros y desafiantes, que la economía caerá hasta 6.6% o más. Porque además de que el COVID-19 nos empieza a golpear, el derrumbe del petróleo y la recesión de Estados Unidos nos busca ahogar.

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Una misma generación

Y a pesar de que toda esta oleada de terror se avecina, la esperanza en este país siempre ha triunfado. Nos hemos levantado una y otra vez. Hemos sufrido desastres naturales, como tornados, sismos y sequías. Hemos soportado los ríos de sangre en nuestras calles causadas por la maldita droga. Nos solidarizamos con las madres y padres que han caminado miles de kilómetros por el país buscando a sus hijos desaparecidos. Nos ha estremecido la violencia contra niños y mujeres, tan constante en nuestra siempre flagelada tierra.

Y aquí estamos, una vez más. Sin banderas, colores ni religiones. Porque la historia se le ocurre reunir a personas distintas, para unirlas en torno a una misma misión.

Seremos recordados por siempre como la generación que sufrió la peor pandemia de la historia. Nos recordarán los relatos, como aquellos que fuimos desafiados a vencer lo imposible. ¿Seremos capaces de estar a la altura del temerario reto?

No puedo confiar en mí, mi mente me recuerda lo débil que puedo ser, es cuando resuena el viejo dicho de aquél filósofo anónimo: “Uno a uno somos mortales, unidos somos eternos”.

Aceptemos nuestra vulnerabilidad y nuestros temores, pero enfrentémoslos con el talante de unidad y universalidad que se requiere. Despojemos de las mezquindades políticas, no es tiempo de egoísmo ni tampoco revanchismo.

Es que a estas alturas, las palabras ya no sirven de nada, porque la historia nos ha situado a este momento que nos recuerda de nuevo que no somos nada sin el prójimo, que nos habremos de salvar juntos, que lloraremos a cada uno de los que ya no estarán; que cada vida vale lo mismo, que somos parte todos de una misma batalla. Porque hoy se nos recuerda más que nunca, que somos una misma sociedad.

Mucho nos falta aprender en estos días.

De ésta, también habremos de salir triunfantes.

Pero las cicatrices nos harán recordar, para contarle a nuestros hijos y nietos, que la división nunca fue, ni será la solución.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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