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El lopezobradorismo explota los problemas en lugar de atenderlos

Muchos en la órbita lopezobradorista, empezando por el propio presidente, han renunciado a discutir con honestidad, de esto escribe Carlos Bravo Regidor.
mar 25 junio 2019 06:30 AM
Carlos Bravo Regidor
Analista político y coordinador del programa de periodismo en el CIDE.

De pronto da la impresión de que López Obrador tiene una relación instrumental con los problemas. No en el sentido de que se conciba como un líder que puede servir para resolverlos, sino al revés, porque concibe los problemas como algo de lo que su liderazgo puede servirse.

La corrupción, la impunidad, la violencia o la desigualdad. Le interesan. Habla de ellas con frecuencia. Apela eficazmente al profundo agravio que ocasionan. No tiene ideas innovadoras ni alternativas viables para enfrentarlas, pero sabe aprovecharlas muy bien como armas para arremeter contra cualquier asomo de crítica u oposición. A veces parece que más que hacer políticas públicas para atender problemas, el presidente usa los problemas para hacer política.

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Muchos de sus adeptos han aprendido, con sorprendente docilidad, a seguirle la corriente. Digo que con sorprendente docilidad porque cuando eran oposición su juicio crítico y su capacidad de exigencia eran implacables. Con Fox, con Calderón, con Peña Nieto: no dejaban pasar una. Pero ahora que López Obrador está en el poder le dejan pasar todas. Lo relativizan, no lo cuestionan, incluso defienden sin rubor lo que antes hubieran atacado con vehemencia. Y cuando de plano no pueden defenderlo de un modo tan explícito –ocurre cada vez más– optan por cambiar de tema, hacerse los indignados o recurrir a su conocido arsenal de falacias y sofismas con tal de eludir lo evidente: que el presidente está haciendo cosas francamente injustificables.

¿Información oficial muestra que la austeridad está afectando servicios básicos y a poblaciones vulnerables? Es el hampa del periodismo; la salud pública siempre ha sido deficiente; las mafias de proveedores e intermediarios buscan preservar sus canonjías. ¿El presidente está tomando decisiones arbitrarias mediante consultas que son una farsa, sin apegarse a la ley? En México nunca se ha respetado el Estado de derecho; solamente los privilegiados pueden acceder a la justicia; ya déjenlo gobernar. ¿Hemos aceptado hacerle el trabajo sucio a Trump contra los centroamericanos? No se suman a la unidad nacional porque quieren que nos vaya mal; somos amigos del pueblo estadounidense; quien coordina es Ebrard, evitemos celos y resentimientos. ¿La inseguridad sigue creciendo y nada anticipa que vaya a mejorar? Ni que antes hubiéramos sido Suiza; nos dejaron un cochinero; y dónde estabas cuando...

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Así es como muchos en la órbita lopezobradorista, empezando por el propio presidente, han renunciado a discutir con honestidad. Sus respuestas no responden: evaden, desvían, chantajean. Sustituyen los datos por consignas y reproches. En lugar de ofrecer razones, trivializan y descalifican. No hay tema sobre el que no insistan en imponer esa pueril distinción que hace imposible el intercambio constructivo de argumentos: de un lado está la derecha, los fifís, la reacción, los conservadores, los cretinos, y del otro está el lado correcto de la historia, la causa de hacer patria, el pueblo bueno, los treinta millones de votos, el es un honor estar con Obrador. La distinción funciona porque les permite pretender que tienen el monopolio de la virtud y eso los blinda de tener que habérselas con sus pifias e incongruencias.

Desde esa posición de impostada superioridad moral los problemas adquieren un significado distinto. No son asuntos que perjudiquen a personas concretas, con respecto a los cuales la población tenga derecho a organizarse para exigir soluciones, o de los que quepa esperar que las autoridades asuman su responsabilidad. Los problemas son recursos que sus adversarios estarían utilizando para perjudicar al presidente –siempre, todo, se tiene que tratar de él y de su condición de víctima–, y que el propio presidente y sus leales terminan instrumentalizando contra quienes se atreven a dudar o llevarles la contraria. Llegados a ese punto ya da igual cómo gobiernen, lo único que les importa es que ellos son los buenos y los demás están mal.

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