Para aquellas, pocas, personas que ocupan puestos de autoridad, a esos lineamientos habría que sumar uno elemental: sea usted un buen ejemplo, mediante su conducta demuestre a la población lo que debe de hacer.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido, inexplicablemente, todo lo contrario. Antes que ser un ejemplo de la conducta correcta en la crisis, ha insistido en convertirse en lo opuesto. Cuando todos los jefes de Estado del mundo han decidido guardarse para demostrar la importancia de permanecer en casa, el presidente de México opta por subirse a aviones, irse de gira, inaugurar obras públicas y dar discursos. Cuando otros jefes de Estado están concentrados en transmitir la seriedad de la crisis y la agresividad del virus, el presidente de México demuestra, con su conducta, que no hay que tomar las cosas tan en serio, que eso de quedarse en casa quizá no sea tan necesario. Después de todo, si el presidente se da el lujo de andar del tingo al tango, ¿por qué el resto de la gente no habría de hacerlo?
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La actitud de López obrador desafía no solo la comprensión sino la imaginación. ¿Por qué lo hace? ¿Qué gana él? Pero más importante todavía: ¿de qué sirve, en tiempos de una crisis de esta magnitud, lo que hace? ¿De qué les sirve a los mexicanos un presidente que, en medio de una emergencia, cree prudente hacer lo que hace López obrador, un presidente que prioriza inaugurar un hospital o revisar el avance de una obra antes que poner el ejemplo?