Las extrañamos porque nos dimos cuenta de que, más allá de no estar presentes como un día inhábil, mostraron que su silencio es también amor por su país, porque hicieron que toda la nación se estremeciera y reflexionara sobre la importancia de la existencia de las millones de mujeres mexicanas que son ejemplo de lucha, esfuerzo y valentía. Que su valía es magna.
No. No debe de ser igual el país. Porque se dio un paso democrático gigante en el país, lo hicieron ellas, pero no solo para su justa causa, sino para la de todos los mexicanos; abrir los ojos de una sociedad que durante siglos ha vivido sumida en la indiferencia, la desidia y la queja, que piensa que solo el voto funciona, pero no es así, hay que salir a las calles, hay que gritar, gritar y volver a gritar hasta que ese grito sea multiplicado, hasta que la plaza pública sea habitada por aquellos que no soportamos más injusticias, muerte, destrucción y ese maldito silencio que nos ha hecho cómplices de una descomposición general.
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Admirables
Esas mujeres que marcharon el pasado domingo, que al día siguiente paralizaron con su ausencia las ciudades, deben de ser reconocidas para siempre. Debemos recordar ese par de fechas como un despertar, como una restauración de la esperanza. Debe animarnos, creer que sí podemos cambiar, que no importan nuestras diferencias ideológicas, partidarias o religiosas, que nuestra capacidad de reflexionar en una transformación es posible.
Estoy seguro de que esta demostración nacional la resintieron sobretodo los más pequeños. Quiero pensar que en las primarias y en las secundarias se habló del tema; de la barbarie, asedio, acoso y desigualdad que sufren la mayoría de las mujeres en este, el país de todos, pero que ellos, los más jóvenes habrán de heredar y que deberán de luchar para transitar a una metamorfosis para dejar de ser un infierno para ellas.