Y es que así juegan los hombres, es como ellos se comportan, lo cual nos quita libertad, afecta nuestros derechos. Las reglas de este juego dominante se imponen en al menos tres escenarios: la familia, el trabajo y el sexo. Me aterró escuchar el otro día que una chica de servicio doméstico prefiere trabajar el 9 de marzo que tomarse el día libre, porque el paro no puede ponerlo en su casa. Sabe que si tiene jornada de descanso debe abrir las piernas al marido, quiera o no.
Yo, como muchas otras de mi género, sé sortear trancazos, armar estrategias de maga para lograr objetivos sin que se note, soy maestra en soportar desplantes de ego machín con paciencia, pero me estoy cansando. Estoy harta de tragar camote. Ya no quiero jugar bajo esas reglas rudas y no quiero que nadie tenga que jugarlas. Entre otras cosas, porque aguantar vara es permitir que la violencia –evidente o simulada– siga siendo la norma. Y porque el rebase de violencia se ha estirado en México hasta llegar a límites críticos, como la muerte.
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Es cierto que hay hombres increíbles que nos rodean y cierto también que los hombres no son los únicos villanos de esta historia dolorosa. Ellos y nosotros hemos normalizado conductas cavernícolas porque todos tenemos metida hasta el tuétano la cultura machista.
Recientemente me dedico a sacar el tema del paro del 9 a la primera provocación, motivando a todos a entrarle desde donde cada quien pueda y como sea que lo entiendan. De entrada, me encanta el planteamiento, porque es inteligente, original, pacífico, provocador, poderoso… Por mujeres tenía que haber sido ideado.
#QuéPasóCon... el paro del 9 de marzo