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La Estampa | Alejandro Solalinde ha olvidado su voz

El sacerdote conocido por su defensa de los migrantes que entran a México se ha convertido en defensor de un proyecto de gobierno y en juez de quienes disienten con él, escribe León Krauze.
jue 28 noviembre 2019 06:00 AM
Alejandro Solalinde
En días recientes, el padre Solalinde ha causado polémica por sus críticas hacia la familia LeBarón, cuya comunidad fue víctima de un ataque que causó la muerte de nueve personas.

El poder desnuda el verdadero carácter de la gente y el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador no ha sido la excepción. La lista es larga. En lo personal, ninguna transformación (¿o será revelación?) como la de Alejandro Solalinde.

Hace años, en mi espacio del mediodía en W radio, Solalinde compartió conmigo y con la audiencia los detalles de su admirable lucha en defensa de los inmigrantes. Conversamos muchas veces. Siempre me pareció admirable, valiente y de una contundencia preclara. Solalinde parecía no tener miedo de reclamar a las autoridades su descuido y su descaro, se tratara de quien se tratara.

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Para Solalinde la única lucha importante era la defensa de los inmigrantes que había visto sufrir por años en su paso por su refugio en Oaxaca. Nadie como él en México para dar voz a las víctimas de la que ya era, hace una década, una tragedia cotidiana en el sur del país.

El Solalinde de entonces desconfiaba de los políticos y la autoridad con la sana distancia que solo pueden proveer los años de lucha auténtica, a ras de piso, viendo el dolor a la cara. Su compromiso era con la gente, no con proyecto de gobierno alguno. Esa templanza le ganó amenazas y agresiones. A lo largo de todas ellas se mantuvo estoico y elocuente, una suerte de faro para miles de migrantes en su paso al norte.

Diez años más tarde, Alejandro Solalinde ya no es Alejandro Solalinde. Aquel hombre de inquebrantable independencia crítica se ha convertido en un sicofante, dedicado en cuerpo y alma a la defensa no solo de un proyecto de gobierno sino del hombre que lo encabeza. Peor todavía: Solalinde ha pretendido erigirse en juez de quien disiente.

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Con inusitada dureza descalifica las intenciones de quien sugiere otro camino. Insinúa que las víctimas, que se quejan con el mismo dolor abrumador de los migrantes que alguna vez atendió Solalinde en Oaxaca, son traidores al país.

Mientras señala con el dedo flamígero a quien se atreve a cuestionar el rumbo del gobierno, Solalinde adjetiva con inclemencia. Lo que han hecho los LeBarón le parece “inaceptable”. Con Sicilia ya no marchará porque es “lamentable que se oponga al régimen que lucha por la paz”. Y así, contra quien abra la boca y cuestione el camino supuestamente virtuoso del presidente de México.

Alejandro Solalinde ha olvidado su voz. Y yo lo echo de menos.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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