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La tradición de asilo no aplica hoy

El asilo político a Evo Morales de ninguna manera tiene relación con esa tradición de asilo como figura respetada que mucho tiempo tuvimos en México.
mar 19 noviembre 2019 06:00 AM
Don Porfirio Salinas
Don Porfirio Salinas es híbrido de política, iniciativa privada y escenario internacional. Priista orgulloso de “el valor de nuestra estirpe” (Beatriz Paredes dixit); antagónico al Peñismo, que atentó contra esta estirpe. Convencido de la política como instrumento de construcción de país, desde cualquier trinchera.

La semana pasada marcó el final de la era de Evo Morales como presidente de Bolivia, tras su renuncia al cargo en medio de grandes manifestaciones sociales por su intento de reelegirse una vez más en el poder, incluso en contra de los preceptos constitucionales.

Con esto se cierran 14 años de Evo en la presidencia. Periodo en el que, si bien tuvo logros muy importantes para su país, decidió tomar el camino mesiánico del autoritarismo y no supo leer lo que la ciudadanía de su país realmente quería.

En este entorno, se tuvieron las elecciones más cuestionadas de la historia reciente de Bolivia, manchadas por la intervención gubernamental y la “falla” del sistema de conteo. Elecciones que en cualquier democracia sana ameritarían ser canceladas y repuestas.

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La ira ciudadana llevó a Evo a aceptar que se realizaran nuevas elecciones, después de su gran insistencia de autoproclamarse Presidente a pesar de los profundos cuestionamientos del proceso, horas más tarde, las fuerzas armadas declararon que lo más conveniente era que renunciara.

Ante este entorno tan desaseado, el gobierno de México, en voz de su canciller Marcelo Ebrard, dio la sorpresa que recorrió todo el mundo. En un intento desesperado por mostrar liderazgo regional, se ofreció públicamente asilo a Evo, y éste ni tardo ni perezoso lo aceptó.

Y el gobierno mexicano no sólo ofreció el asilo y aceptó la solicitud formal de Evo, sino que además envió un avión del Ejército mexicano hasta Bolivia para traerlo a territorio mexicano. Acción poco congruente con los constantes llamados de austeridad republicana del Presidente.

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En un acto de irresponsabilidad, el canciller Ebrard declaró: "Latinoamérica ha sido testigo en su historia de lamentables y violentos acontecimientos en los que el orden constitucional se rompe, y autoridades democráticamente electas se ven obligadas a abandonar todo para proteger su vida y su seguridad".

Tácitamente comparó lo que hoy pasa en Bolivia con episodios que verdaderamente han sido lamentables en la historia de la región, como lo fue el golpe de Estado en Chile, por ejemplo. Con la diferencia de que, en el caso boliviano, fue el propio Evo quien propició la crisis.

Las críticas no se hicieron esperar, tanto en México como de la comunidad internacional. Pocos podían creer lo que sucedía. Aunque era congruente con el reconocimiento anticipado y poco atinado que ya el gobierno mexicano había hecho de los resultados de la reciente elección.

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Tanto el gobierno mexicano como sus afines han hecho un intento desesperado por justificar el apoyo a Evo en la larga tradición mexicana de dar asilo a personajes de distintas latitudes. A esa tradición que mucho tiempo tuvo nuestro país de acoger a quienes lo merecían.

Pero lo que hoy vivimos con el asilo a Evo de ninguna manera tiene relación con esa tradición que efectivamente mucho tiempo tuvimos en México, muy en particular durante la llamada era del partido hegemónico que tanto critica el actual gobierno, pero presente desde el Siglo XIX.

El asilo en México era una figura respetada y muy cuidada, que se usaba como arma de “poder suave” en una etapa histórica marcada por la Guerra Fría y el mundo bipolar. Etapa en la que México, con sus gobiernos priistas, supo jugar muy bien su papel de mediador entre EUA y la URSS.

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Etapa también en la que los principios mexicanos de política exterior dieron la vuelta al mundo, posicionando al país como importante jugador internacional. Principios que hoy tanto refiere el gobierno actual, pero que muy poco entiende.

En México, el asilo sirvió, por ejemplo, para guarecer a la importante República Española durante el tiempo de la dictadura Franquista. Dándoles hogar a los luchadores de la democracia de aquel país en tanto terminaba esta dura etapa.

Sirvió, también, para recibir a León Trotsky tras ser vilmente perseguido por las alas duras del régimen soviético, quienes no descansaron hasta terminar con su vida aquí mismo, en México.

Fue también una herramienta usada para salvaguardar a Rigoberta Menchú, entonces luchadora social y líder indigenista guatemalteca, perseguida en su país durante la dura guerra civil.

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El asilo mexicano sirvió un altísimo propósito al albergar a múltiples perseguidos políticos chilenos después del violento derrocamiento de Salvador Allende; o a argentinos y brasileños durante sus férreas dictaduras militares. Entre muchos otros casos.

Pero lo que hoy vemos es algo completamente distinto. No sólo se violentaron los principios de no intervención y libre autodeterminación que tanto cita el Presidente López Obrador, al haber reconocido de manera tan prematura la victoria de Evo Morales.

Hoy, en materia de asilo se extiende una oferta pública sin tapujos a un Presidente que contravino las reglas democráticas de su propio país, a pesar de una clara oposición de la ciudadanía a sus intenciones de reelección.

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Hoy, prostituimos la tradición mexicana de asilo para literalmente salvar a un personaje que jugó en contra de la gobernabilidad democrática de su país, detonando las protestas sociales más crudas que se hayan visto recientemente en Bolivia.

Hoy, guarecemos y protegemos a quien con sus acciones desestabilizó a todo un país, por un simple afán megalómano de eternizarse en el poder, cuando bien pudo haber aceptado el fin de su era y salir en hombros como uno de los mejores Presidentes de Bolivia.

Es entendible que las convicciones personales del presidente López Obrador, aparentemente compartidas por el canciller, lo llevaran a tomar esta decisión. Pero nada nada tiene que ver ni con el orden democrático ni con la tradición de asilo.

Hemos caído muy bajo en materia de diplomacia y política exterior, por un simple capricho de contravenir a los críticos del gobierno, y por un intento desesperado de aparentar que no hemos perdido el liderazgo regional que claramente se nos ha ido de los manos, y más con esta acción.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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