El asilo mexicano sirvió un altísimo propósito al albergar a múltiples perseguidos políticos chilenos después del violento derrocamiento de Salvador Allende; o a argentinos y brasileños durante sus férreas dictaduras militares. Entre muchos otros casos.
Pero lo que hoy vemos es algo completamente distinto. No sólo se violentaron los principios de no intervención y libre autodeterminación que tanto cita el Presidente López Obrador, al haber reconocido de manera tan prematura la victoria de Evo Morales.
Hoy, en materia de asilo se extiende una oferta pública sin tapujos a un Presidente que contravino las reglas democráticas de su propio país, a pesar de una clara oposición de la ciudadanía a sus intenciones de reelección.
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Hoy, prostituimos la tradición mexicana de asilo para literalmente salvar a un personaje que jugó en contra de la gobernabilidad democrática de su país, detonando las protestas sociales más crudas que se hayan visto recientemente en Bolivia.
Hoy, guarecemos y protegemos a quien con sus acciones desestabilizó a todo un país, por un simple afán megalómano de eternizarse en el poder, cuando bien pudo haber aceptado el fin de su era y salir en hombros como uno de los mejores Presidentes de Bolivia.
Es entendible que las convicciones personales del presidente López Obrador, aparentemente compartidas por el canciller, lo llevaran a tomar esta decisión. Pero nada nada tiene que ver ni con el orden democrático ni con la tradición de asilo.
Hemos caído muy bajo en materia de diplomacia y política exterior, por un simple capricho de contravenir a los críticos del gobierno, y por un intento desesperado de aparentar que no hemos perdido el liderazgo regional que claramente se nos ha ido de los manos, y más con esta acción.
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