Seguramente muchos navegantes de redes sociales no tienen edad para recordarlo, pero la prensa mexicana ha trabajado arduamente para sacudirse la censura desde mucho antes de que apareciera López Obrador, y su voluntarismo mágico, en Palacio Nacional. Y el presidente lo sabe.
Él sí recuerda esos años cuando la censura era diaria e inclemente. Él sí recuerda los tiempos de Scherer en Excélsior. Ha estudiado sobre las persecuciones y las presiones… las de verdad. Y porque seguramente recuerda aquello debe saber que no fue él quien ha rescatado a los periodistas mexicanos del yugo de la censura desde el poder.
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López Obrador sabe, también, que no sería presidente sin la prensa vivaz y crítica que, ya muy libre de bozales, descubrió la Casa Blanca o la Estafa Maestra y ha seguido indagando sobre el dolor de Ayotzinapa. Es la misma que ahora no lo dejará imponer versiones sobre Culiacán. Pretender lo contrario es un acto de cinismo y, aún peor, un atentado contra el oficio periodístico y su paulatina consolidación en México, un país tan peligroso para la prensa.
El presidente haría bien en reconocer que la prensa no es el enemigo. Y la prensa hará bien en demostrarle que la voluntad crítica llegó al periodismo mexicano desde hace años. Y no se irá jamás, aunque le incomode al señor que manda.
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