Es difícil decirlo porque el gobierno de Donald Trump nos ha acostumbrado a que cada escándalo palidece frente al siguiente, pero es verdad: lo que ocurre estos días en Washington es la mayor tormenta política en Estados Unidos desde Watergate, el conflicto que le costara la presidencia a Richard Nixon en 1974. Y Trump lo sabe.
A últimas fechas se le nota aún más destemplado que de costumbre. Llena su cuenta de Twitter con videos supuestamente exculpatorios, trata de redirigir la narrativa hacia los demócratas, agrede a los pocos (poquísimos) republicanos que osan criticarlo.