Hay quien insiste en defender la concesión a la CNTE argumentando que la reforma educativa de Peña Nieto ignoraba a los maestros. Supongamos, sin conceder en lo absoluto, que el argumento tiene razón. Es más, vayamos más allá y digamos (de nuevo: sin conceder en lo absoluto) que la reforma merecía revertirse.
¿Era eso motivo suficiente como para regalarle a la CNTE el fin de las evaluaciones o la asignación de plazas automáticas, entre otros sinsentidos? La respuesta, evidentemente, es no. ¿Qué ocurre, entonces? Hay solo dos posibilidades, las dos aterradoras.
La primera es que el presidente López Obrador de verdad piense que ceder a las pretensiones de la CNTE redundará en una mejor educación para los niños de México. Esto supone creer que la CNTE entiende la necesidad de una educación de vanguardia, que dé a los estudiantes las herramientas y la disciplina para enfrentar un siglo que implicará un reto mayúsculo para la humanidad entera. Si López Obrador cree eso, estamos en problemas.