En último término, el ataque a la supuesta “mafia del poder” conduce casi inevitablemente a un ataque a las propias instituciones políticas, más allá de los partidos, y al intento de crear una nueva institucionalidad a la medida del régimen populista, lo que puede tener efectos negativos muy duraderos para la vida política democrática, más allá del propio ciclo populista.
El balance de los gobiernos populistas de Chávez, Menem y Fujimori fue negativo en el sentido de que condujeron al desmantelamiento o la perversión de las instituciones democráticas, y muy en particular de las que cumplen la función de contrapesar o controlar al Poder Ejecutivo.
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El populismo, incluso si se somete a las reglas de juego de la democracia, no es un proyecto democrático. Divide a la sociedad a través de su distinción maniquea entre sectores populares y oligárquicos, basa su discurso en la confrontación y no pretende crear ciudadanos, sino seguidores. Por otra parte, la dinámica política del populismo puede derivar fácilmente en políticas económicas poco o nada responsables, ya que su prioridad es la redistribución clientelar en lugar de la inversión y la transformación de la sociedad.
México deberá alejarse de esta tendencia mundial para no perder los avances que se han realizado en los últimos 30 años, si bien todavía no somos un país desarrollado nos falta todavía mucho camino por recorrer hacia la modernidad y para lograrlo necesitamos tener una economía del conocimiento basada en innovación y educación de calidad.