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Tres reparos a Enrique Quintana

Los alegatos que el lopezobradorismo suele desplegar contra la crítica no contribuyen a conducirnos a un mejor país, escribe Carlos Bravo Regidor.
mar 23 julio 2019 06:45 AM
Carlos Bravo Regidor
Analista político y coordinador del programa de periodismo en el CIDE.

Enrique Quintana se ha convertido en uno de mis columnistas predilectos. Aprecio mucho la serenidad que cultiva, el sentido de las proporciones que guarda y el tono, sobre todo el tono, con el que escribe. En una conversación pública tan predecible y crispada, la voz de Quintana tiene un efecto casi terapéutico: nos invita a no reaccionar de botepronto, a pensar mejor las cosas, a navegar con aplomo la incertidumbre de una marea tan colmada de riesgos y oportunidades como la del presente.

A veces coincido con sus opiniones, a veces no, mas siempre las agradezco. Es desde esa gratitud, como su asiduo lector, que formulo los siguientes reparos a un texto suyo de la semana pasada.

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Dice Quintana que “muchos quisieran que al gobierno de López Obrador le fuera mal. Incluso muy mal”. ¿Muchos? ¿Cuántos? Porque las encuestas muestran que el presidente mantiene niveles de popularidad muy altos –la más reciente de Reforma registra que 70% aprueba su gestión y 29% la desaprueba. Perdón, pero 29 de cada 100 no son muchos.

Además, estar en desacuerdo con un gobierno es muy diferente a desear su ruina. Quizás haya algunos para los que sea lo mismo, en efecto, porque el antilopezobradorismo puede llegar a ser igual o hasta más dogmático y sectario que su opuesto, el llamado “obradorismo religioso” . De ahí a asumir que todos los que no aprueban a López Obrador quieren que le vaya mal, sin embargo, hay un trecho demasiado largo. ¿Serán acaso un cuarto, la mitad, dos terceras partes de ese 29%? Sean los que sean, insisto, no son, honestamente no se puede sostener que sean, “muchos”.

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Añade Quintana que “lo más interesante del caso es que muchos de los críticos más furibundos contra AMLO también lo fueron contra Peña” y, al serlo, “contribuyeron de modo muy generoso al desastre en la opinión pública de la administración anterior [...] a ponerle la mesa a López Obrador. Y hoy, ni cargo de conciencia tienen”. No coincido.

Primero, porque dudo que esos “furibundos” hayan ejercido entonces, o ejerzan ahora, semejante influencia. Segundo, porque el desastre en la opinión pública del gobierno de Peña fue, más bien, un producto lógico de los fiascos del gobierno de Peña. ¿O es que Ayotzinapa, la Casa Blanca, el repunte de la violencia a partir de 2015, Tlatlaya, la estafa maestra o el gasolinazo, por ejemplo, no merecían ser los grandes escándalos que fueron? Y tercero, porque ese cálculo de mejor no criticar tanto a los malos para no hacerle el caldo gordo a los peores es incompatible con un principio básico del periodismo: hay que decir la verdad y que se averguence el diablo ( Walter Lippman ). La misión de la prensa es informar con veracidad a sus audiencias, no cuidarle las espaldas a un grupo político con tal de no beneficiar a otro.

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Por último, dice Quintana que si “el linchamiento contra Peña le dio finalmente muchos puntos a AMLO, ahora la crítica generalizada, furibunda, y sin distingos a López Obrador puede estar abriendo paso a las peores tendencias que están dentro del gobierno”. Insistir en ese tipo de crítica, concluye, “nos va a poner en un país peor”.

Comparto su malestar con lo obtusas que llegan a ser ciertas corrientes antilopezobradoristas. No obstante, me parece que lo generalizado, furibundo y sin distingos de los alegatos que el propio lopezobradorismo suele desplegar contra la crítica tampoco contribuye a conducirnos a un mejor país. La culpa no es solo de quienes están en el poder, eso es cierto. También que al antilopezobradorismo le hace falta autocrítica, desde luego. Con todo, si aspiramos a mejorar la calidad del discurso, ¿no sería la presidencia la plataforma más poderosa para poner el ejemplo? ¿Para dejar de generalizar, para darle un sentido menos pendenciero, para imprimirle un tono más sereno y reflexivo a la conversación?

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Sí, las cosas pueden empeorar. Sobre todo si no logramos imaginar salidas viables del atolladero en el que nos tienen una oposición tan torpe y un gobierno tan terco.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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