Varios medios de comunicación difundieron esas noticias. Hubo más o menos ruido en las redes, en los espacios de opinión y análisis. También hubo uno que otro pronunciamiento en el Congreso y un par de expresidentes –que ya no pertenecen a ningún partido– tratando de llevar un poco de agua al molino de su irrelevancia.
Nada que creara, sin embargo, verdadera tracción política. Que motivara reclamos de voces o sectores que el gobierno no pueda ignorar. Que obligara a los responsables a hacerse cargo con un mínimo de seriedad y profesionalismo.
Nada, en suma, que no fuera documentar los problemas y verlos acumularse, unos tras otros, sin que haya partidos políticos aptos para presionar eficazmente al gobierno, para encajarle un costo, para representarle una posible competencia.
Esa falta de oposición no es una fortaleza, sino una debilidad. Por un lado, permite que el gobierno sea desaseado, incoherente e, incluso, cínico. Por el otro lado, hace que el disenso pueda parecer innecesario e insustancial, mera voluntad de fastidiar sin ningún beneficio.
Es normal que en una elección como la de 2018 las oposiciones hayan perdido espacios y fuerza; no es normal que un año después, y sobre todo ante un gobierno que les ofrece tantas oportunidades, hayan perdido también su capacidad de argumentar desacuerdos y dotar de sentido al conflicto político. No hay tal cosa como una democracia de partido único.
_________________
Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.