La política social de la administración pasada –encabezada por Andrés Manuel López Obrador– arrastró esos retos por la forma en que operó. Por un lado apostó a la universalización de los programas sociales, lo que permitió llevar los apoyos a más hogares. Pero, por otro lado, descuidó a la población más pobre.
Por eso, los expertos ven urgente mejorar la estrategia de desarrollo social y el reparto de los programas, a fin de que mantengan la universalidad, pero sin sacrificar a los más desfavorecidos.
Si esto se cumpliera, la pobreza extrema se podría reducir de manera significativa, coinciden. Porque, aunque el Gobierno federal cuadruplicó el presupuesto público destinado a los programas prioritarios, de 150,000 a 700,000 millones, su efecto no se refleja en los más vulnerables, debido al reparto sin focalización.
“Ya tenemos el presupuesto para disminuir la población en pobreza extrema, pero no lo hacemos por las decisiones que tomamos de cómo repartir los programas sociales”, indica Máximo Jaramillo, director del Instituto de Estudios Sobre Desigualdad.
El efecto de los programas sociales
A diferencia de lo que se piensa, los programas sociales no aportan tanto dinero a las familias. Paulina Gutiérrez, directora operativa de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, detalla que solo 13 de cada 100 pesos de los hogares más pobres son de transferencias monetarias del gobierno.
Además, el aumento en las transferencias monetarias se concentró hacia los hogares de mayor ingreso, mientras que 10 millones de los hogares con menos recursos no las recibieron.
Esta medida provocó que los apoyos disminuyeran entre los más pobres. Ocho de cada 10 hogares de pocos recursos (decil I) recibía un programa social en 2018 y el año pasado tuvieron acceso solo 58%. En contraste, los hogares más ricos incrementaron su cobertura de 5% a 20%.
Por eso no impactaron en la pobreza extrema. Según el Inegi, el nivel de pobreza extrema fue solo 1.7 puntos porcentuales más bajo gracias a las transferencias.
“Es nulo el efecto de las transferencias para reducir la pobreza extrema y muy mínimo para reducir la pobreza moderada”, sostiene la especialista.
Cambio en la distribución de las transferencias
Para los especialistas, si se mejora la entrega de los apoyos sociales, la reducción de la pobreza sería significativa. “Si se concentran estos recursos y se hace una distribución más progresiva para los hogares que más lo necesitan, imagínate la reducción de la pobreza extrema y de la pobreza en general”, menciona Gutiérrez.
Máximo Jaramillo coincide con ella. El académico de la Universidad de Guadalajara explica que la universalización de los programas tuvo el efecto de incrementar la cobertura entre los hogares, incluyendo los más ricos. En ellos, observa, vive una proporción más alta de adultos debido a la desigualdad en la esperanza de vida relacionada con el nivel de ingresos.
El problema fue que se eliminó la estrategia centrada en los más pobres al desaparecer el programa Prospera, que en 2018 atendía a este sector. Para Jaramillo, la universalización de los programas no es un error, pero no debe realizarse sin garantizar la inclusión de los más desfavorecidos.
Ese cambio en el reparto tuvo efectos notorios: la cobertura de programas sociales creció en los estados de ingresos altos, como la Ciudad de México, Baja California, el Estado de México, Nuevo León y Sonora. En cambio, disminuyó en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Tabasco y San Luis Potosí, los estados más pobres.
En Chiapas, que concentra el mayor porcentaje de población en pobreza extrema, la disminución de la cobertura de programas sociales alcanzó 22 puntos porcentuales.
“Y esto es grave. Los programas sociales tienen por finalidad dar cierta protección social. Y que le estés quitando ese nivel de cobertura al estado más pobre, me parece preocupante”, dice.
El experto considera que, de mantener ambos esquemas de distribución, habría más hogares beneficiados y una mayor disminución de la pobreza.