México no está solo en esto. El concepto de "riesgo país" permea decisiones de inversión extranjera, ubicación de empresas multinacionales y asignación de eventos internacionales.
La diferencia es que, mientras otros países pueden argumentar problemas económicos o de infraestructura, México debe confrontar el hecho de que su obstáculo principal no es la falta de dinero o de estadios. Es la falta de monopolio estatal sobre la violencia en territorios estratégicos.
Los partidos que se asignaron a otras sedes no son una sanción oculta. Son una decisión racional de minimizar exposición a riesgos en contextos donde la capacidad de garantizar seguridad es limitada.
Duele reconocerlo, pero es más honesto que pretender que la asignación obedece a criterios netamente técnicos o deportivos.
El costo político de la inseguridad: más allá del futbol
La asignación de partidos de bajo perfil no es el verdadero costo.
Es apenas la manifestación visible de un costo mucho más profundo: la pérdida de credibilidad internacional de México como anfitrión confiable de eventos de envergadura global. Esto tiene implicaciones que trascienden el futbol.
Cuando una nación no puede garantizar seguridad en eventos masivos, las consecuencias se extienden a decisiones sobre conferencias internacionales, ferias comerciales, eventos académicos y hasta inversión directa.
Se crea una narrativa donde México aparece como un territorio donde los gobiernos no tienen control total, donde los riesgos son impredecibles y donde la responsabilidad sobre la seguridad de ciudadanos extranjeros es dudosa.
Políticamente, esto representa un golpe simbólico importante. Una nación que no puede asegurar a sus propios ciudadanos en estadios públicos difícilmente puede proyectar una imagen de estabilidad institucional. Los gobiernos se construyen, en parte, sobre la capacidad de proporcionar seguridad. Cuando esa capacidad es cuestionada por instituciones como la FIFA, la legitimidad interna también se ve comprometida.
Propuestas concretas: recuperar la confianza internacional
Reconocer el problema es el primer paso. Las soluciones requieren acción coordinada y de mediano plazo. Primera: implementar planes especializados de seguridad en eventos deportivos masivos, con coordinación entre autoridades federales, estatales y municipales, capacitación de fuerzas de seguridad y protocolos de inteligencia que anticipen riesgos específicos. Segunda: fortalecer el control territorial en Monterrey, Guadalajara y áreas estratégicas de Ciudad de México mediante presencia estatal consistente, no solo durante eventos, sino de manera sostenida.
Tercera: crear mesas de diálogo entre gobiernos estatales y federales con la FIFA y organismos de seguridad internacional para establecer estándares claros y cronogramas verificables de mejora. Cuarta: invertir en reconstrucción del tejido social en zonas afectadas por violencia, porque la seguridad no se construye solo con policía; se construye con oportunidades, educación y presencia de instituciones.
Finalmente, México debe aceptar que la inseguridad no es un problema oculto que pueda negociarse en mesas diplomáticas. Es un problema visible que afecta todas las dimensiones de la gobernanza, desde la competitividad económica hasta la capacidad de albergar eventos mundiales.
El Mundial 2026 no es solo una oportunidad de celebrar futbol. Es una oportunidad de reconocer que, sin seguridad, sin control territorial real y sin instituciones que protejan efectivamente a ciudadanos y visitantes, México no podrá acceder plenamente a su potencial como potencia global.
La asignación de partidos de bajo perfil no es una injusticia arbitraria. Es un espejo que refleja una realidad que México debe transformar, no negar.
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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.