En teoría, un concurso de belleza no debería tener nada que ver con la integridad institucional de un país, la percepción de corrupción o la confianza de los inversionistas. Pero en México, pocas cosas son tan sencillas. La coronación de la mexicana Fátima Bosch como Miss Universo 2025 —que pudo haber sido una historia impecable de resiliencia, dignidad e inspiración— terminó convertida en una narrativa global que toca fibras sensibles: tráfico de influencias, relaciones entre empresarios y el Estado, contratos multimillonarios, presuntos favoritismos y un telón de fondo donde México vive su peor calificación histórica en combate a la corrupción.
Reputación y corrupción, ¿de Miss Universo a riesgo país?
Este no es un artículo sobre si la ganadora merecía o no la corona. Eso, honestamente, nunca podrá probarse con certeza pública. Este es un artículo sobre algo más profundo: cómo una historia “pop” puede convertirse en un caso de estudio reputacional que expone la fragilidad institucional de un país. Un espejo —incómodo, sí— que nos recuerda que la reputación se rompe más rápido de lo que se construye y que la percepción pesa tanto como los hechos.
De la victoria épica al ruido institucional
Todo empezó bien. O incluso mejor: Fátima Bosch se ganó la simpatía internacional cuando defendió su dignidad frente a un organizador del certamen que la trató con condescendencia. Su temple ante las cámaras dio la vuelta al mundo y la convirtió en símbolo de valentía. Como narrativa, era perfecta: la historia de una mexicana que no se deja avasallar y que exige respeto. Un triunfo antes del triunfo.
Pero esa historia duró poco.
A días de la final, el pianista franco-libanés Omar Harfouch —uno de los jueces del certamen— renunció denunciando falta de transparencia y asegurando que la preselección de semifinalistas se hizo sin participación real del jurado oficial. Después añadió una acusación explosiva: que el presidente mexicano de Miss Universo, Raúl Rocha Cantú, lo habría presionado para votar por Bosch, vinculando esa insistencia con negocios entre Rocha y el padre de la ganadora, quien ocupa un cargo directivo en Pemex.
Las redes hicieron el resto. Y como siempre, la conversación se volvió tóxica a velocidad récord.
Un triángulo que despierta sospechas
Las piezas, puestas juntas, generan una narrativa compleja:
- Un juez que denuncia presiones y opacidad.
- Un empresario mexicano que dirige Miss Universo y que ha tenido contratos relevantes con Pemex.
- El padre de la ganadora que ocupa una posición directiva estratégica en la misma empresa del Estado.
- Un certamen que actualmente no cuenta con auditoría externa visible para validar los resultados.
En cualquier país con altos niveles de confianza institucional, esto generaría ruido. En México, genera escándalo. Porque aquí la reputación es frágil y el contexto importa.
México, en su peor nivel histórico contra la corrupción
Para entender por qué este episodio resuena tanto, hay que mirar el panorama más amplio.
En febrero de 2025, Transparencia Internacional publicó su Índice de Percepción de la Corrupción (IPC). México obtuvo 26 puntos sobre 100 y cayó al puesto 140 de 180 países, su peor lugar desde que existe el ranking. Medios como El País o Reforma lo sintetizaron sin eufemismos: México se encuentra “a la altura de Irak, Uganda o Nigeria”.
Esto importa por una razón: la percepción de corrupción en México está tan instalada que cualquier historia —por trivial que parezca— se interpreta desde ese lente. Cuando la reputación institucional es débil, incluso un concurso de belleza se convierte en objeto de sospecha.
Para un CEO global, un fondo de inversión o un consejo de administración en Singapur o Frankfurt, el mensaje es simple —y brutal—:
“Si hasta un certamen internacional operado por un empresario mexicano se percibe influenciable, ¿qué puedo esperar de una licitación energética, un permiso regulatorio o una disputa jurídica en México?”
Eso se llama riesgo-país narrativo, una variable que hoy pesa igual que las hojas de balance.
Lee más
El error no está solo en los hechos, está en la falta de blindaje
Supongamos por un momento que todas las decisiones fueron técnicas, que no hubo fraudes ni manipulaciones y que el proceso fue impecable. Supongamos que las acusaciones no se sostienen.
Incluso en ese escenario, el problema permanece.
¿Por qué? Porque no hubo blindajes visibles.
- No existe una firma independiente que audite el proceso.
- No hay protocolos públicos sobre manejo de conflictos de interés.
- No hay transparencia en cómo se seleccionaron a las semifinalistas.
- La primera conferencia de prensa de Bosch vetó preguntas inconvenientes.
- Pemex felicitó a la ganadora sin medir el contexto, alimentando teorías de cercanía indebida.
En reputación, todo lo que no se explica, se sospecha. Y todo lo que no está auditado, se pone en duda.
La falta de gobernanza reputacional es tan dañina como la mala gobernanza real.
La reputación prestada se volvió reputación contaminada
Para un país, un evento global suele ser una oportunidad para sumar reputación prestada: construir imagen, mostrar talento, proyectar modernidad.
Pero cuando la historia está manchada, esa oportunidad se revierte.
En vez de un triunfo nacional, lo que se narra es:
- Un certamen donde los jueces renuncian por opacidad,
- un empresario ligado al Estado defendiendo a una candidata,
- un contrato millonario que —aunque legítimo— se vuelve munición narrativa,
- un país que cae a su peor nivel en percepción de corrupción.
El resultado es que la corona, lejos de brillar, se vuelve metáfora del sistema.
Lee más
Miss Universo 2025 como caso de estudio para directivos
A un CEO le conviene mirar este episodio no como farándula, sino como un caso práctico de gestión de riesgo reputacional. El certamen Miss Universo es hoy un ejemplo de libro de texto de lo que ocurre cuando una organización:
1. Opera sin mecanismos robustos de gobernanza,
2. subestima la apariencia de conflicto de interés,
3. comunica tarde, mal o defensivamente,
4. ignora el valor de terceros de confianza (auditores, certificadores, verificadores).
Es exactamente lo que pasa en cualquier empresa que cree que “cumplir la ley” es suficiente. No lo es. El juicio reputacional ocurre en otra cancha: la de la percepción, la confianza y la narrativa pública.
Riesgo-país narrativo, la variable que los directivos ya no pueden ignorar
Durante décadas, el riesgo-país se medía con indicadores fríos: inflación, deuda, reservas, estabilidad política.
Hoy, se mide también por historias y las percepciones que estas generan.
Las historias construyen percepciones. Las percepciones moldean decisiones. Y las decisiones mueven capital.
Una historia como la de Miss Universo 2025 alimenta la idea —justa o no— de que en México “todo huele raro”. En un país donde el 74% de la población cree que la corrupción es generalizada y donde el IPC nos coloca al nivel de países con instituciones profundamente debilitadas, cualquier historia de este tipo no es anecdótica: es combustible.
La ironía final
Usualmente, una corona global debería ser un regalo reputacional. Un símbolo de orgullo nacional. Un activo para la narrativa país.
Hoy, paradójicamente, la corona se ha convertido en evidencia —metafórica, pero potente— de que México tiene un problema estructural con la confianza. Un problema que no se arregla con discursos, sino con instituciones fuertes, auditorías independientes, procesos blindados y una cultura empresarial que entienda que gobernanza no es un check-list: es la base de la reputación sostenible.
México no perdió una corona: perdió una oportunidad. Y lo hizo porque la narrativa pública encontró un atajo para explicar algo que ya estaba en el ambiente: la desconfianza. Hasta que no resolvamos el problema de fondo —instituciones débiles y percepción de corrupción crónica— seguiremos viendo cómo incluso nuestras historias de éxito se contaminan a la primera provocación.
El certamen Miss Universo 2025 no es un escándalo más: es un recordatorio de que la reputación no es un maquillaje. Es una estructura.
____
Nota del editor: Rogelio Blanco Martínez es presidente y socio de ágora México. Cuenta con 23 años como consultor de comunicación estratégica. Es experto en gestión de reputación corporativa, manejo de crisis y comunicación corporativa. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión