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Calidad de vida y brecha generacional

Actualmente las dificultades para alcanzar un patrimonio en poco tiempo se multiplican. Estudiar mucho y trabajar duro ya no es sinónimo de prosperidad.
vie 31 octubre 2025 06:04 AM
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La tensión generacional es evidente y se profundiza con la evidencia numérica. La precarización en el empleo, la pérdida acumulada del poder adquisitivo y los bajos estándares en la educación están impactando definitivamente en la calidad de vida, apunta Claudia S. Corichi. (Carlos Canabal / Cuartoscuro )

El debate está abierto. ¿Quién vive mejor, las nuevas generaciones o sus padres y madres? ¿El nivel de escolaridad es determinante? ¿Si se cuenta con un empleo estable, bien remunerado y formal hay garantía de prosperidad? ¿El poder adquisitivo permite construir un patrimonio?

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Los estudios rigurosos sobre movilidad social encuadran el análisis en la dimensión económica y la dimensión educativa. La primera se refiere al grado en el que el estatus económico se hereda de una generación a otra y la segunda analiza el grado de asociación entre el nivel educativo que tuvieron los padres y el que alcanzaron sus hijas e hijos.

La discusión en los círculos familiares y de amistades comienza con identificarse en los rangos de edad por generaciones. Así, la franja de edad para los baby boomers es para aquellas personas nacidas entre 1946 y 1964, el siguiente grupo son quienes nacieron entre 1965 y 1980 la llamada generación “X”, después la generación “Y” conocida como millenials que nacieron entre 1981 y 1996, enseguida la generación “Z” personas nacidas entre 1997 y 2012 y finalmente la llamada generación Alpha.

Actualmente las dificultades para alcanzar un patrimonio en poco tiempo se multiplican. Estudiar mucho y trabajar duro ya no es sinónimo de prosperidad. Adquirir un vehículo, construir una casa, iniciar un negocio, ahorrar para el futuro, viajar o contar con una pensión digna son rasgos que describen mejor la desigualdad generacional.

Las expectativas de estabilidad que los baby boomers habían previsto para sus descendientes no se han cumplido, entre otras cosas por el bajo crecimiento económico (entre 1983 y 2018 el crecimiento promedio del PIB en México fue de 2.1%) así como la sucesión de crisis económicas que ha tenido el país comenzando con la de 1982, 1994, 2008 y la de 2020 por el Covid.

La etapa del desarrollo estabilizador o milagro mexicano que tuvo lugar entre 1954 y 1970 con un crecimiento promedio del 6.8% y una inflación del 2.5% puede ayudar a entender las condiciones socioeconómicas que se vivían entonces con las de las nuevas generaciones. El anhelo de la movilidad social y patrimonial persiste con más fuerza, buscando subir en la escalera económica, el problema es que la escalera casi no tiene peldaños para ascender.

La tasa de fecundidad en el país, vinculada de alguna manera con la dinámica económica más las transformaciones sociales y culturales, cayó en los últimos 50 años de 5.7 nacimientos por mujer en 1975 a 1.86 en 2025.

De acuerdo con el Informe de Movilidad Social 2025 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), el origen social es un factor determinante en la vida de las personas pues 50 de cada 100 que nacen en la parte baja de la escalera de recursos económicos, no logran superarla durante su edad adulta. Existe además una diferencia entre mujeres y hombres: una menor proporción de ellas logra superar el origen.

Datos de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares refieren que el mayor ingreso promedio trimestral entre mujeres se observó en aquellas que tenían una hija o hijo (28,027 pesos). En contraste, el menor ingreso promedio trimestral se presentó entre las mujeres con cuatro o más hijas o hijos (17,236 pesos). Es ahí donde la brecha es mayor.

La desigualdad de oportunidades comienza en el mercado laboral. La tasa de informalidad laboral es del 56%, lo que trae como consecuencia bajos salarios, falta de acceso al crédito y la dificultad de acceder al mercado inmobiliario con precios que crecen exponencialmente respecto a los ingresos.

Según el CEEY, la movilidad educativa no ha garantizado empleos de calidad ni estabilidad económica (solamente el 9% de las personas cuyos padres estudiaron hasta la primaria, accedieron a la educación profesional). Añade que el acceso a empleos de calidad seguirá estando circunscrito a aquellas personas que han terminado satisfactoriamente sus estudios de nivel medio superior y superior, desincentivando la creación de empleos dignos y la inversión en educación, tanto de los padres como de las instituciones.

La vivienda ocupa un lugar relevante en las preocupaciones de las generaciones recientes. La Asociación Mexicana de Profesionales Inmobiliarios asegura que en los próximos cinco años se requerirán 6.6 millones de casas-habitación. Tan sólo en la Ciudad de México se estima que el déficit de vivienda es de 700,000 unidades.

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El mercado inmobiliario tiene precios inalcanzables para la gran mayoría debido a la poca oferta por la especulación del suelo, la falta de terrenos disponibles y la lejanía de las construcciones respecto a los centros de trabajo y es precisamente la vivienda, un síntoma de la estabilidad patrimonial.

La tensión generacional es evidente y se profundiza con la evidencia numérica. La precarización en el empleo, la pérdida acumulada del poder adquisitivo y los bajos estándares en la educación están impactando definitivamente en la calidad de vida y la prosperidad familiar de las generaciones a partir de los 25 años. Si el presente para muchas de ellas es frustrante, el futuro les resulta más sombrío.

Hay mucho por transformar aun para garantizar un mañana digno.

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Nota del editor: La autora es titular de la Unidad de Igualdad de Género y Cultura de la Fiscalización de la ASF. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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