No es nada fácil la posición en la que se encuentra México frente a la segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Francamente no es obvio qué hacer ni cómo hacerlo. Trump es un personaje complicado: al mismo tiempo predecible y errático, pragmático y disruptivo. La forma en que llega al poder esta vez es distinta de la anterior: ahora tiene más experiencia, más agenda y, sobre todo, más poder. El lugar que ocupa México en la política estadounidense, además, está muy deteriorado; en parte por las propias dinámicas domésticas de aquel lado de la frontera y en parte por el legado de López Obrador en la relación bilateral. Y en la opinión pública mexicana la autocomplacencia del bando obradorista es tan nociva como la mala fe del bando opositor: los primeros se dedican a aplaudir; los segundos, a abuchear. Ambos operan en automático, más a partir de las cómodas certezas que les brindan sus respectivas trincheras que de la peligrosa incertidumbre que caracteriza la situación. En medio de multitud de presiones y decidiendo sobre la marcha, con mucho de ensayo y error, el gobierno de Claudia Sheinbaum necesitará procurar un muy difícil balance entre prudencia y astucia, flexibilidad y firmeza.
Sheinbaum, Trump y la crisis de los misiles
Sus comunicaciones iniciales con Trump, guardada toda proporción, me han recordado un episodio de la Guerra Fría que tal vez tenga cierta utilidad traer a cuenta.
Tras el fiasco de la invasión a Bahía de Cochinos en 1961, Fidel Castro le solicitó apoyo militar a la Unión Soviética para defenderse de cualquier otra potencial intervención estadounidense en Cuba. Nikita Khrushcev, a su vez, estaba buscando la manera de desquitarse contra Estados Unidos tras la instalación de 17 misiles con capacidad nuclear en Turquía. El mandatario soviético identificó en la solicitud de Castro la oportunidad para darle una sopa de su propio chocolate a los estadounidenses y para agosto de 1962 ya habían llegado los primeros misiles nucleares soviéticos a la isla. El 16 de octubre, Estados Unidos se enteró de su existencia.
Durante los siguientes 13 días se desarrolló la conocida “crisis de los misiles”. La humanidad nunca ha estado tan cerca de una guerra nuclear como entonces. Tras descartar un ataque aéreo contra objetivos en la isla por ser demasiado arriesgado, el 24 de octubre Estados Unidos desplegó a sus fuerzas armadas para imponer un bloqueo que evitara la llegada de más misiles desde la URSS. En el límite de la línea marítima, buques estadounidenses y soviéticos se encontraron frente a frente. Ambos países se preparaban para lo peor. La tensión entre ambas superpotencias llegó al máximo.
Entonces, a las 9 de la noche del 26 de octubre, Kennedy recibió una carta de Khrushcev en la que le propuso, en un tono conciliador, retirar los misiles de Cuba a cambio de que Estados Unidos se comprometiera a no invadir la isla. A las 10 de la mañana del día siguiente, Kennedy recibió otra carta de Khrushcev que, en un tono agresivo, le demandaba retirar los misiles de Turquía. Los estadounidenses decidieron entonces responder a la primera carta, aceptando la propuesta, e ignorar la segunda. (Posteriormente, el hermano del presidente le comunicó personalmente al embajador soviético que retirarían los misiles de Turquía pero sin hacerlo público, en secreto. Eso no se supo hasta muchos años después). Aunque el compromiso de Estados Unidos fue un triunfo para Cuba, Castro reaccionó de manera muy ingrata contra los soviéticos y convocó a una movilización popular bajo la consigna “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”.
De las múltiples lecciones que encierra esa historia destaco, al menos, un par. La primera es sobre la importancia de no caer en provocaciones y aprender a distinguir a qué conviene contestar y a qué no; o, en todo caso, en qué orden y cómo. Y la segunda, en palabras del estratega militar británico Basil Liddell Hart, es la siguiente: “Mantente fuerte, si es posible. En cualquier caso, siempre mantén la calma. Ten paciencia ilimitada. Nunca arrincones a un oponente y siempre ayúdalo a salvar cara. Ponte en su lugar para ver las cosas a través de sus ojos. Evite la pretensión de superioridad moral como si fuera el diablo: nada es tan auto-cegador”.
____
Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg Y en Blue Sky como @carlosbravoreg.bsky.social