Los que tenemos la oportunidad de ocupar un puesto de liderazgo, tenemos un papel fundamental en la construcción de un México mejor. Este liderazgo va más allá de un trabajo de oficina, reuniones y gestión de equipos, también abarca nuestra contribución al bienestar social y al desarrollo económico y sostenible del país. La responsabilidad social y la ética empresarial y personal son pilares clave en este proceso, y debemos asumir un compromiso activo con estos principios.
Elegimos a la primera presidenta de la historia de México. Estemos o no de acuerdo con su forma de pensar, esto es sin duda un reflejo de la evolución de nuestra sociedad y de la creciente inclusión y representación de las mujeres en posiciones de poder, todavía más si tomamos en cuenta que las mujeres no podíamos votar en México hasta hace menos de 70 años. Con seguridad, todavía hay mucho por hacer, pero es un gran avance.
La inclusión es ahora un imperativo moral y un factor que impulsa la innovación y el rendimiento empresarial. Promover una cultura inclusiva y equitativa es una manera tangible de contribuir al progreso del país.
Además, nuestra responsabilidad cívica implica reconocer que nuestras acciones diarias tienen un impacto significativo en la comunidad, a nivel personal y profesional. Es parte de nuestro rol saber liderar con el ejemplo: en nuestra casa, colonia, equipo de trabajo; con acciones tan concretas como separar la basura, respetando el reglamento de tránsito o creando estrategias globales que promuevan el bienestar social y la gestión eficiente de recursos naturales.
Es crucial entender que la responsabilidad cívica y social no es un esfuerzo individual, sino una tarea colectiva, de corresponsabilidad, que requiere la colaboración entre el sector privado, el gobierno y la sociedad civil. Tampoco es una responsabilidad única de los líderes. El trabajo conjunto y la alineación de objetivos nos permitirán enfrentar los desafíos comunes y aprovechar oportunidades para que nos vaya mejor a todos.
En este contexto, la reciente elección debe ser vista como una oportunidad para reforzar nuestro compromiso con la participación activa en la vida cívica del país. No basta con votar cada seis años; debemos involucrarnos continuamente en el proceso democrático, informarnos correctamente, respetando a quien no piense igual, pero también abogando por políticas públicas que favorezcan el desarrollo económico, social y ambiental. La participación ciudadana es una responsabilidad constante que trasciende el acto de tachar un nombre o partido político en una boleta y se puede vivir constantemente a través del contacto con nuestros legisladores locales y federales, asegurar que las iniciativas que se impulsan son consistentes por aquello que votamos en las urnas.