Votar es el derecho y la obligación política más elemental y a la vez importante en una democracia. De ahí la relevancia de la cita con las urnas el día de hoy. Va más allá del interés personal: con nuestra decisión, se concreta la acción colectiva de conformar gobiernos y Congresos, lo que permite dar conducción a un país. Nada menos que eso. Como se trata de un bien común, es fundamental que esa crucial decisión no se deje exclusivamente a los partidos políticos y sus maquinarias, sino que la ciudadanía se involucre activamente y sea corresponsable del más importante mecanismo de participación ciudadana: votar para la selección de autoridades.
Los desafíos de la Presidencia entrante
Sea cual fuere el resultado de la elección del 2 de junio, habrá importantes retos para la administración que inicie gestión el próximo 1 de octubre de 2024. Algunos desafíos son generales y otros específicos, dependiendo del grupo político que resulte ganador en los comicios.
Empecemos por los retos comunes. El primero de ellos tiene que ver con el legado destructivo que deja la administración saliente. Una profunda polarización política, que tendría que resolverse con la noción de gobernar para todos y no de forma sectaria, rompiendo esa idea de que sólo se gobierna para atender a las bases políticas propias y a los adversarios se ve como enemigos, lo que ha sido la manera de conducirse del gobierno que está por terminar.
Por supuesto también la próxima administración tendrá que enfrentar el muy grave problema en materia de inseguridad pública que deja la actual administración –como se sabe, las cifras récord de homicidios, desapariciones y feminicidios dan cuenta de la impunidad y violencia que han sido el sello del gobierno que tiene los días contados- y la manera en que el gobierno enfrentará –de ser el caso- a las organizaciones criminales. En esta lógica, la revisión de hasta dónde se mantendrá la militarización de la vida pública del país. También, huelga decir, habrá que atender a los enormes deterioros sociales reflejados en la pauperización de la salud y la educación.
El crecimiento económico también será crucial. Descontando –o más bien en refuerzo a- la pandemia, es evidente que el gobierno que concluye tuvo un desempeño más bien mediocre e insuficiente para atender las necesidades del dinamismo demográfico del país.
El futuro nos alcanzó con la agenda de cambio climático y tendrá que entenderse como una prioridad. El futuro gobierno tendrá que asumir iniciativas y compromisos globales en la materia para dar respuestas a las muy diversas afectaciones que desde ya está experimentando el país, como la crisis hídrica o la insuficiencia energética producto del acelerado calentamiento global, que por la región del mundo en que nos encontramos, nos afecta particularmente.
En esta lógica, se esperaría que México tuviera una participación más agresiva y contundente en el ámbito internacional, revirtiendo el desgano con el que esta administración participó en la esfera global. Que México vuelva a tener la relevancia que le corresponde en función de su importancia entre las naciones. Eso será relevante para atender los problemas regionales, hemisféricos y globales que afectan al país, como la migración, el cambio climático, desarrollo económico y seguridad.
Por supuesto, también será crucial para la futura presidenta de la República la conformación de los bloques parlamentarios en la Legislatura entrante del Congreso de la Unión, así como los eventuales cambios en las gubernaturas y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, para saber los márgenes de maniobra.
Puntualmente, aquí el escenario cambia para cada candidatura. Si llegara a ganar la oposición encabezada por Xóchitl Gálvez, el principal desafío será la unión del país, revertir el legado destructivo del lopezobradorismo y asumir la administración con algo que jamás ha ocurrido en la historia del país: un gobierno de coalición de partidos. Aquí habrá que anotar dos aspectos: la dificultad para que el actual régimen y su personal político –proclives a señalar fraudes electorales cuando los resultados no les favorecen- reconozcan una victoria opositora y el hecho de que en caso de alternancia, la oposición lopezobradorista sería implacable en su intransigencia.
En el otro escenario, si ganara Claudia Sheinbaum las elecciones, tampoco tendría un día de campo. En primer lugar, porque no tiene el carisma que llevó al caudillo a ganar de manera tan contundente las elecciones en 2018 y que fue el pegamento de un movimiento y gobierno que pudo mantener la lealtad al patriarca político. También tendrá que enfrentar la agenda del legado destructivo descrito líneas arriba, y que más allá de narrativas y eufemismos con los que se traten de disfrazar, es una realidad que tendría que asumir en el ejercicio de gobierno. Como ha ocurrido desde que su carrera política despuntó, seguirá bajo la sombra y el yugo de su promotor político. Y finalmente, porque no tendría la inmensidad de recursos políticos con los que arrancó el gobierno en 2018.
Así que, en ambos escenarios, por los tiempos difíciles que vivimos, la presidenta que gane las elecciones del domingo y asuma en octubre, tendrá que enfrentar muy complejos desafíos de gobierno, tal vez como no se había visto en la historia contemporánea del país.
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Nota del editor: Horacio Vives Segl es licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Belgrano (Argentina). Síguelo en Twitter . Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.