Cualquier comparación con los porcentajes de participación en procesos electorales pasados resulta, por decir lo menos, problemática.
Hay un dato, sin embargo, que sin incurrir en falsas equivalencias ni comparaciones forzadas no deja de llamar la atención: el umbral mínimo que López Obrador alcanza cada vez que está en la boleta. En 2006 obtuvo 14.7 millones de votos; en 2012, 15.8; en 2018, 30.1; y ahora, en 2022, al momento de escribir esta columna las cifras indican que rondará los 16.3 millones.
Su liderazgo, en suma, se ha consolidado en un núcleo duro de respaldo electoral que cuenta con alrededor de 15 millones de votantes básicamente incondicionales. ¿Qué significa ese umbral en el contexto de su cuarto año de gobierno?
Es una fortaleza en la medida que no hay otra figura, ni de lejos, que se haya probado tantas veces ni suscite semejante apoyo. Contra viento y marea, en las duras y las maduras, ese “piso” político de López Obrador no lo tienen ni siquiera los partidos, ninguno.
Aunque es una debilidad en tanto que todo indica que la del domingo fue la última vez que estuvo en una boleta y que esa fuerza no se va a trasladar automáticamente ni a Morena ni a quien quiera que termine logrando su candidatura a la presidencia en 2024. Para bien y para mal esa fuerza es suya, es única y no es transferible sin merma.
La distribución geográfica de la participación en la consulta ofrece, además, algunos indicios sobre los acentos territoriales de ese núcleo duro lopezobradorista.
Por un lado, los estados en los que la participación estuvo por encima del promedio nacional de 17.7% están sobre todo en las circunscripciones del sur-sureste y el centro de la república, en donde se ubican a su vez el grueso de las gubernaturas morenistas (10 de 16). La únicas anomalías al respecto son Tamaulipas (que pertenece a la circunscripción noreste y es gobernada por el PAN) e Hidalgo (que está en la circunscripción del occidente y es gobernado por el PRI).