Esos factores han sido ampliamente tratados en múltiples columnas de opinión, mesas de debate y ensayos: desde la falta de visión de los dirigentes nacionales del PAN, el PRI y el PRD hasta la incapacidad de convencer a Movimiento Ciudadano para que se una a la coalición; desde la ya famosa frase “Todos tienen cola que les pisen” hasta el profundo desprestigio de los partidos del Pacto por México; desde el agotamiento del sistema neoliberal hasta el insostenible nivel de desigualdad de la sociedad mexicana.
Todos esos factores son muy importantes y explican, en parte, por qué no ha cuajado el bloque opositor. No obstante, hay un elemento al que se le ha prestado poca atención y, a mi parecer, es el motivo principal del fracaso de Va por México. Me refiero a la divergencia entre los intereses de los grupos de poder nacionales y locales dentro de los partidos, la cual impide la cohesión y el fortalecimiento de la coalición de tres modos distintos.
En primer lugar, es muy complicado congeniar los arreglos de las dirigencias nacionales de los partidos con las luchas de poder en los estados y municipios. Imaginemos, por poner un ejemplo sencillo, que un cuadro del PAN ha realizado trabajo político desde hace tiempo en Durango, por lo que siente que está listo para ser el candidato a gobernador de la entidad, pero de pronto le informan que, por un acuerdo entre Marko Cortés y Alejandro Moreno, el PRI debe encabezar a la coalición Va por México en el estado.
¿Ustedes creen que los seguidores de ese cuadro panista apoyarían así de fácil al candidato a gobernador priista? ¿Ustedes mismos, poniéndose en el lugar del aspirante panista, apoyarían al PRI y sumarían esfuerzos con su rival histórico? Bueno, pues eso mismo ocurre en casi todos los estados de la República, en prácticamente todos los puestos y candidaturas, desde una simple regiduría o diputación local hasta diputaciones federales o gubernaturas.
De por sí es complicado empatar los intereses locales con los nacionales en un solo partido. Para lograrlo se deben equilibrar los cargos asignados a los líderes políticos locales y a los cuadros nacionales. Por ejemplo, el PAN estuvo cerca de desmoronarse en Aguascalientes en el momento de definir la candidatura a la gubernatura, entre la diputada Tere Jiménez (impulsada por la dirigencia nacional) y el senador Toño Martín del Campo (respaldado por el gobernador). Se trata de un bastión panista y aun así hubo severos problemas. Ahora, imaginemos esto entre tres partidos, cientos de posiciones políticas y contiendas electorales más disputadas.
En segundo lugar, los militantes de los partidos no siempre ven con buenos ojos a la alianza opositora. Pensemos, ahora, en una entidad con numerosos militantes fervientemente priistas que de pronto se ven obligados a apoyar a candidatos de un partido que siempre conceptualizaron como su eterno opositor: el PAN.
O bien, visualicemos un estado donde uno de los principales elementos de cohesión de los panistas era la animadversión al PRI y, ahora, los seguidores blanquiazules están en la incómoda posición de compartir sus candidaturas con el Revolucionario Institucional. Incluso, pensemos en los pocos perredistas que quedan, que se ven obligados a compartir el poder en las escasas regiones donde su partido todavía es competitivo.
Si ustedes fueran fervientes priistas, ¿les gustaría apoyar a un candidato panista? Y si fueran panistas de hueso colorado, ¿respaldarían a un presidente municipal priista? O siendo perredistas, ¿les gustaría que su partido se siguiera difuminando con el PAN y el PRI, o preferirían recuperar identidad como partido de izquierda?
En este punto, cabe aclarar que las identidades partidistas son, en muchas ocasiones, más sólidas en lo local que en lo nacional. Hay poblados en los que los habitantes se han criado priistas o panistas de toda la vida, con padres y abuelos del mismo partido. Por si eso fuera poco, en esas regiones parte de la identidad panista o priista se construyó en contraposición al otro partido, por lo que la alianza Va por México resulta antinatural y contraintuitiva.
También hay estados y municipios donde la alternancia en el poder fue todo un hito histórico, que se consiguió muy recientemente: un día los perredistas y panistas estaban celebrando que habían logrado sacar al PRI del poder y que por fin un partido diferente gobernaba, y al día siguiente ven a los tres partidos juntos en la boleta electoral y resulta que el priismo ya no es tan malo.
En tercer lugar, debemos ser conscientes de que los caciques y las dinastías regionales siguen vigentes en la política mexicana. Por ejemplo, el senador Higinio Martínez, de Morena (antes del PRD), lleva lustros siendo la voz cantante de la política de Texcoco y su Grupo de Acción Política (GAP) ha gobernado el municipio por años. Alguna vez un connotado político priista mexiquense me comentó: “Si quieres hacer algo en Texcoco, a fuerza hay que sentarse antes a platicar con Higinio. No hay de otra”. Así de claro es su poder en la región.