El embajador en Japón era Mario Moya Palencia, un político experimentado que ya había sido representante de México ante las Naciones Unidas.
Moya Palencia me comentó cómo se había enterado de que la esposa del Primer Ministro Kaifu era una admiradora de la compositora Consuelito Velázquez y cómo, durante un viaje de Velázquez a Japón, organizó una cena en la residencia de la embajada a la que invitó al Primer Ministro y a su esposa. La cena fue un éxito y culminó con un recital de Velázquez interpretando una de las canciones más populares de México en Japón, y en el mundo, Bésame Mucho.
Moya Palencia usaba la anécdota para ilustrar no solo su sagacidad y olfato político sino la libertad que le daba no ser un diplomático de carrera. “Imagínese si para organizar esta cena con el Primer Ministro hubiera tenido que enviar un notice a Relaciones Exteriores pidiendo instrucciones, ¡Velázquez regresa a México antes de que me respondan! Un diplomático de carrera no se lanza a hacer lo que hice”.
La anécdota sirve para reflexionar sobre tres aspectos del papel de las designaciones de políticos en la diplomacia mexicana:
1-. Hay buenos y malos diplomáticos políticos y de carrera. Sin duda, la carrera diplomática requiere de estudio y conocimiento que se adquiere con el contacto y ejercicio de la labor en la Cancillería y representaciones de México en el extranjero, pero hay muchas posiciones y tareas que se benefician de la experiencia de funcionarios con experiencia política o profesional que carecen de una carrera diplomática. Muchos funcionarios, embajadores y cónsules no de carrera desempeñan una labor tan destacada que han sido confirmados y promovidos a nuevos destinos por presidentes del PRI, PAN y Morena. Y hay diplomáticos de carrera que han cometido pecados similares a los que se achacan a malos diplomáticos políticos.