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#ColumnaInvitada | Jugando al calamar: simbolismos de pandemia

A casi dos años en pandemia, un exitoso juego se monta en un escenario donde los protagonistas se encuentran aislados socialmente, con problemas económicos e inmersos en la incertidumbre.
sáb 04 diciembre 2021 11:59 PM
Una de las escenas de El juego del calamar
Una imagen del programa en la que se explican las "reglas" a los participantes.

¿Por qué la serie “El juego del calamar” se ha convertido en la producción original más vista de Netflix cautivando a millones de usuarios alrededor del mundo, según refiere la propia plataforma en sus redes?

Podrían ser los llamativos efectos visuales, la atracción visceral de los juegos, el atractivo de los elementos de ciencia ficción y misterio o la tranquilizadora familiaridad.

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Realista y simbólica, esta serie mezcla los juegos de infancia, la sobrevivencia y la muerte. A medida que avanza la trama, es inevitable sentirse apegado a determinados personajes e intuir quién será eliminado en el siguiente juego: el líder fuerte y silencioso, la forastera malhumorada, el gángster violento, el viejo bondadoso o el gentil ingenuo que sirve como una suerte de portavoz del público.

Estos personajes representan distintos arquetipos que expresan la agresión como una característica humana que supone la presencia de la violencia en la constitución de la sociedad. En la historia existen tipos sociales contrapuestos como el líder vs. el forastero, el violento vs. el bondadoso, el chivo expiatorio o actuador del conflicto –con el cual nos identificamos– vs. el “maestro”, el gran otro que controla las conductas –figura de apego– y de quien en un momento de la vida dependió nuestra sobrevivencia como especie vulnerable que somos.

En la serie, esa mezcla de juegos infantiles alimentados con una crueldad desgarradora, resuena en momentos muy tempranos del desarrollo psicológico humano. Pero ¿cómo es que se nos hace viable soportar las imágenes de sufrimiento extremo?

Freud afirma que los conflictos de interés entre las personas se solventan en principio mediante la violencia. En los primitivos, la fuerza muscular decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad, pero la rudeza fue sustituida por quien tiene las mejores armas o destreza para utilizarlas. La inteligencia juega –literalmente– un papel muy importante en el proceso de ganar y sobrevivir.

La violencia existe en el imaginario de aliviar el malestar que uno tiene y de ese modo desembarazarse momentáneamente de los propios padecimientos cotidianos. En líneas generales nos inclinamos, como afirma Freud en su ensayo “El malestar en la cultura”, a observar esta violencia como algo superfluo aunque acaso no sea menos inevitable ni resulte en un destino menos fatal.

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Philip Zimbardo en 1971 nos mostró con su polémico juego de rol en los sótanos de la Universidad de Stanford que la bondad puede ser manipulada. Y nos enseñó que en ocasiones, cuando no podemos cuestionar determinadas reglas, nos volvemos esclavos o carceleros. El estudio muestra que “la naturaleza humana no está totalmente bajo control de lo que nos gusta pensar como libre albedrío sino que la mayoría de nosotros podemos ser seducidos para comportarnos de una manera totalmente atípica con respecto a lo que creemos que somos”.

Y ahí es donde está la “trampa” del ‘El juego del calamar’: parece tan amable y de pronto se convierte en algo completamente distinto. Y es que el mensaje contiene un factor doblemente confusional: presenta el mundo infantil y los juegos propios de la edad, asociados con un grado muy crudo de violencia.

Mediante el juego, el niño expresa la agresividad típica de las etapas infantiles, justamente para procesarla y no llevarla al acto. Sin embargo, las escenas de la serie sugieren un mundo adulto en que la agresividad se lleva a cabo hasta sus últimas consecuencias, hecho que por cierto, puede despertar mucho miedo entre los niños, quienes ven el mundo adulto como un espacio en el que pueden confiar. Dicho sea de paso, ésta no es una serie apta para menores; a esa edad no se tiene capacidad suficiente “para contextualizar” los hechos y diferenciarse de la historia.

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‘El juego del calamar’, un éxito en vistas y regalías

“El Juego del Calamar” explota al máximo la disonancia cognitiva para captar nuestra atención. Utilizar la inocencia y la vulnerabilidad propias de la infancia para desencadenar el terror, genera una paradoja que amplifica tanto el horror como la sensación de impotencia. Freud sugirió que el horror nos atrae porque nos permite canalizar los sentimientos reprimidos.

Jung creía que el atractivo del horror radica en su capacidad para conectarse con las imágenes primordiales del inconsciente colectivo, de los arquetipos mencionados anteriormente.

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Es claro también que en la historia de la humanidad el terror siempre ha estado presente: multitudes disfrutando de los espectáculos sangrientos en los coliseos romanos o pueblos enteros acudiendo a la quema de brujas y herejes.

Y es que para nuestro cerebro la sensación es la misma cuando segregamos las sustancias del placer que las del dolor. El cerebro libera adrenalina cuando sentimos temor, pero al verificar que la situación es segura, activa serotonina y dopamina, los neurotransmisores asociados al placer, la euforia y la recompensa.

Nuestro cerebro está programado para prestar atención a lo nuevo. Y esta serie mezcla el terror más primigenio y el género pseudo distópico con elementos de reality show y concurso de supervivencia. Asimismo, a medida que avanza, los dilemas morales que enfrentan los personajes se vuelven más complejos, obligándonos a mirar dentro para preguntarnos cómo reaccionaríamos en circunstancias similares.

Y si de similitudes se trata, tenemos un escenario en donde los protagonistas se encuentran aislados socialmente, con problemas económicos e inmersos en la incertidumbre intentando sobrevivir… ¿les suena parecido a casi dos años en pandemia?

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Notas del editor:

La autora es psicoanalista egresada del Doctorado en Psicoanálisis de la Universidad Intercontinental.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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