El infierno se desató a partir de las 15:30 horas del 17 de octubre, cuando iniciaron balaceras en diferentes puntos de Culiacán, Sinaloa, momentos en los que ni el gobierno federal ni el estatal podían dar una versión creíble de lo que estaba ocurriendo. Mientras tanto, las redes sociales y algunos medios de comunicación empezaron a dar cuenta de enfrentamientos entre soldados y sicarios en varios puntos de la ciudad, sin que nadie entendiera lo que estaba pasando.
El entonces secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, informó erróneamente que, durante un patrullaje de rutina, civiles armados habían agredido a elementos del Ejército y la Guardia Nacional en el fraccionamiento Tres Ríos en Culiacán, y que había sido detenido Ovidio Guzmán por casualidad.
Mientras tanto, circulaban imágenes de sicarios del Cártel de Sinaloa en vehículos disparando con ametralladoras Browning y fusiles Barret en contra de las autoridades federales. El caos era ya visible, Culiacán ardía bajo la metralla del Cártel de Sinaloa.
En otros puntos de la ciudad, delincuentes secuestraron a los integrantes de una patrulla militar y dispararon en contra de los edificios donde viven las familias de los militares en Culiacán. Para entonces, la noticia ya había sido confirmada. Ovidio Guzmán había sido detenido por el gobierno y los amagos de los criminales no se hicieron esperar: “O sueltan a Ovidio o habrá una matazón generalizada”.