Pero las imágenes sí nos obligan a reflexionar. Porque, como otras tantas en el México contemporáneo, exhiben nuestros defectos. No es nuevo que los motociclistas pongan en riesgo su vida y la de los demás en esa carretera, tan transitada y complicada, en el sur de la Ciudad de México.
Abundan los testimonios que, durante años, han advertido que un horror de este calibre era inminente. Bajo advertencia no hay engaño. Precisamente por eso es necesaria la rendición de cuentas.
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¿Por qué los motociclistas se sienten con el derecho de utilizar una carretera de dos vías y trazado complejo como una pista de carreras particular? La razón es la misma que en tantas cosas en México. La impunidad es casi absoluta.
Si la autoridad hiciera su trabajo y la violación de normas elementales de conducta vial en carretera enfrentara consecuencias, los motociclistas pensarían dos veces antes de arrancar en la caseta de peaje como si aquello se tratara de un autódromo. Como no hay consecuencias, no se lo piensan dos veces. El resultado es sangre en el asfalto.