La consulta popular desarrollada este domingo fue fallida. Al no lograr el número de participación mínima para ser vinculatoria, fracasó. Un ejercicio como éste se desarrolla con el propósito de que la ciudadanía se manifieste respecto de una propuesta que se plantea sobre algún tema de interés público. En este caso ni hubo claridad en la proposición que se puso a consulta ni tampoco el respaldo suficiente para obligar a la autoridad a tomar la decisión respectiva. No se trata de demeritar un ejercicio inédito, sino de buscar la contundencia que permita ubicarlo en su justa dimensión.
Quienes argumentan que ejercicios como éste robustecen la democracia y que todo aquel que se asuma como demócrata debió haber participado, no están distinguiendo entre dos planos: el del deber ser y el que corresponde a la organización concreta. Por eso no es que les falte razón, sino que les sobra optimismo. No ningunean un ejercicio democrático realizado entre pugnas entre consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), el presidente López Obrador y Morena, pero sí descalifican a la gran mayoría que no mostró interés en participar, con severas acusaciones como la de que esas personas –hasta les escamotean llamarlos ciudadanos– no entienden para qué sirve la democracia participativa o la democracia a secas.