Esto se debe a tres razones:
La primera es que el impuesto mínimo acordado es extremadamente bajo, y por tanto sigue creando incentivos para que las tasas corporativas de todo el mundo bajen. La tasa de impuesto corporativa promedio de la OCDE es de 26%. De hecho, salvo las islas del Caribe y un puñado de países como Irlanda, Paraguay y Bulgaria, la gran mayoría de los países tienen tasas corporativas mucho mayores al 15%.
La tasa del 15% es tan baja que sentará un precedente para que las tasas corporativas de otros países se perciban como “poco competitivas” y comiencen esfuerzos para bajarlas. La propuesta inicial de Estados Unidos era del 21%, una tasa aún baja, pero incluso a ese nivel fue rechazada. El acuerdo protegió a las empresas más grandes del mundo a costa de una distribución justa del ingreso global.
La segunda razón por la que el impuesto a las multinacionales no es celebrable es porque es regresivo. Favorece a los países ricos en detrimento de los pobres. Esto se debe a que el acuerdo incluye una regla para que las multinacionales paguen menos impuestos en los países en los que producen y más en los países en donde venden. Debido a la disparidad de poder de consumo entre los países productores (lugares como Vietnam, China y México) y los países donde se concentra el consumo (Estados Unidos y Europa), el impuesto será de facto una transferencia de recursos a los más ricos.
La lógica de este cambio era evitar casos como el de Apple en Irlanda. Es decir, evitar que compañías (Apple) pretendieran que su valor se crea en un países de bajo impuesto corporativo (Irlanda) para pagar sus impuesto ahí en vez de en su verdadero país de origen (Estados Unidos). Evitar ese abuso era una buena idea. Lo malo es que el mal diseño de las reglas del G20 hará que, en realidad, los únicos beneficiarios sean los países más ricos.