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#ColumnaInvitada | El problema de raíz: más allá de la elección

El problema en estas elecciones es uno: el sistema político mexicano está podrido; el monstruo que se resiste a morir se reinventa y se transforma, pero su esencia y su fondo poco se trastocan.
dom 30 mayo 2021 07:00 AM
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La polarización no es el tema de fondo, son los vicios de la política mexicana.

La elección intermedia más grande de la historia de México está en puerta. Se estarán eligiendo alrededor de 20,000 puestos en los diferentes niveles de gobierno. La magnitud de esta votación responde a la intención de homologar los procesos electorales en diferentes estados con el proceso federal, para así alinear dicho calendario a las mismas fechas. Particularmente, ésta se ha tornado de mayor importancia y relevancia por su tamaño y, sobre todo, por su implicación en cuánto al proyecto político de país que está en juego.

Además de la renovación de 500 diputados federales y 15 gubernaturas, se estarán renovando 30 congresos locales y otras posiciones. La alianza del PAN, PRI y PRD se dará en 219 distritos y en 11 de las gubernaturas; esta coalición opositora busca hacer contrapeso a Morena y sus aliados. Se juega, además, el acceso a mayor presupuesto y financiamiento público, el potencial establecimiento de tres nuevas fuerzas políticas y, evidentemente, la configuración del Legislativo federal y el mapa estatal, siendo el primero la clave para aprobar algunas de las iniciativas y planes del Ejecutivo Federal en la segunda fase de su administración.

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Dos elementos que han caracterizado al actual proceso electoral son la violencia política y los perfiles y características de algunos de los candidatos, muchos de ellos ajenos a la política. Se han registrado al menos 80 asesinatos durante el proceso, cifra muy preocupante, pues muestra el interés e influencia del crimen organizado en la elección, su capacidad de infiltrar directamente la política cada vez más y sin limitaciones, y la incapacidad de las autoridades por detenerla. Por otro lado, artistas, deportistas, cantantes y otros perfiles han sido seleccionados por algunos partidos políticos para fungir de candidatos y representar a la ciudadanía. Esta situación denota una falta de preparación política y una selección más por popularidad que por conocimiento, con lo que se busca obtener el mayor número de votos a toda costa (los nuevos partidos que buscan obtener la cifra para mantener su registro). Ambos factores impactan negativamente la democracia.

Existe, además, una alta probabilidad de que la elección, de manera general, sea judicializada en muchos de los casos. En donde exista una votación cerrada, será muy probable que la definición termine en tribunales. Será el 28 de agosto cuando las autoridades correspondientes emitan la declaración de validez de los resultados finales. Al ser una elección intermedia y en medio de una pandemia, y tomando en cuenta las cifras de participación de las últimas tres elecciones intermedias (44.6%), es probable que exista una participación ciudadana limitada, o al menos, no tan amplia como sería esperado. Sin embargo, tampoco descarta la posibilidad de que exista una sorpresa el día de la elección y suba el porcentaje de participación, principalmente por lo polémico, apremiante y apasionado que ha sido el preámbulo a ésta.

Nos encontramos, pues, ante un contexto único en donde estará a prueba la supervivencia política de varios gobernadores que dejan su puesto, la reelección de legisladores, la polarización radical versus la certidumbre y muchos otros factores que ponen en tela de juicio el quehacer político mexicano. ¿Realmente cambiará algo?

Mientras escribía este texto, esa era la pregunta que recurrentemente me hacía.

Más allá de la elección, el problema de fondo persiste. El sistema político mexicano está podrido; el monstruo que se resiste a morir se reinventa y se transforma, pero su esencia y su fondo poco se trastoca. Durante décadas, ese ha sido el factor determinante: cambian partidos, cambian gobernantes, se dan las famosas alternancias… pero el sistema y el país no cambian, prácticamente todo sigue igual. Una clase de cooptación moderna continúa, las estructuras operativas de los partidos políticos son las que siguen gestionando el día cero de la jornada electoral y la ciudadanía organizada no ha alcanzado los niveles deseados para que la sociedad civil sea un contrapeso real del poder. Desorganización, apatía y un cansancio generalizado del constante conflicto y la división.

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Continuamos inmersos en un multipartidismo ineficiente y muy caro (10 partidos nacionales), que recibe financiamiento público sin realmente analizar más a fondo las necesidades que se requieren para mejorar y transformar el statu quo. Preguntas como ¿debería incrementar el porcentaje de votación para el registro de un nuevo partido?, o ¿la ecuación para recibir recursos públicos por parte de los partidos políticos debería estar planteada en función del cumplimiento de sus objetivos y eficiencia, o de la participación ciudadana?, entre muchas otras, simplemente no se hacen. Los legisladores son jueces y parte y por ello no existe un esfuerzo genuino para mejorar las reglas, para tener una vara más alta para medir y buscar la excelencia.

La desconexión entre gobernantes y gobernados ha llegado a uno de sus puntos más altos en las sociedades modernas, en México y en todo el mundo. Los ciudadanos no nos sentimos representados y existe un hartazgo permanente ante un ciclo que no cambia elección tras elección.

La falta de cultura política y democrática, de una visión de modelo de país con base en principios, de una educación acorde a las necesidades y de una cultura cívica y de respeto han llevado al deterioro de los parámetros de convivencia y representatividad. Somos una sociedad diezmada por múltiples factores: pobreza, desigualdad, falta de desarrollo y oportunidades; pero, sobre todo, lastimada por la gran ignorancia colectiva, que ha llevado a la patria a un nivel de violencia aberrante en el cual nos hemos acostumbrado a vivir. El orden y el cumplimiento de la ley y la capacidad coercitiva (y no represiva) del Estado simplemente se han deslavado y borrado; la base del respeto entre individuos o del cumplimiento de las normas son siempre negociables.

Extirpar un tipo de cáncer como el que tiene México no será nada fácil ni sencillo. El problema de raíz, más allá de la próxima elección, continuará. Es responsabilidad de todos vislumbrar un destino común para salvar al barco del hundimiento, para que las futuras generaciones cuenten con las herramientas adecuadas y la estabilidad necesaria y, más aún, con la conciencia colectiva y la sensibilidad para progresar y subsistir como nación.

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Nota del editor: Carlos M. López Portillo Maltos se ha desarrollado en el ámbito profesional en temas relacionados con la inteligencia, geopolítica, migración, comunicación política y corporativa, medios y análisis político. Cuenta con la Licenciatura en Ciencias Políticas, del Tec de Monterrey, y una Maestría en Responsabilidad Social, de la Universidad Anáhuac del Norte. Síguelo en LinkedIn .

Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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