Dos elementos que han caracterizado al actual proceso electoral son la violencia política y los perfiles y características de algunos de los candidatos, muchos de ellos ajenos a la política. Se han registrado al menos 80 asesinatos durante el proceso, cifra muy preocupante, pues muestra el interés e influencia del crimen organizado en la elección, su capacidad de infiltrar directamente la política cada vez más y sin limitaciones, y la incapacidad de las autoridades por detenerla. Por otro lado, artistas, deportistas, cantantes y otros perfiles han sido seleccionados por algunos partidos políticos para fungir de candidatos y representar a la ciudadanía. Esta situación denota una falta de preparación política y una selección más por popularidad que por conocimiento, con lo que se busca obtener el mayor número de votos a toda costa (los nuevos partidos que buscan obtener la cifra para mantener su registro). Ambos factores impactan negativamente la democracia.
Existe, además, una alta probabilidad de que la elección, de manera general, sea judicializada en muchos de los casos. En donde exista una votación cerrada, será muy probable que la definición termine en tribunales. Será el 28 de agosto cuando las autoridades correspondientes emitan la declaración de validez de los resultados finales. Al ser una elección intermedia y en medio de una pandemia, y tomando en cuenta las cifras de participación de las últimas tres elecciones intermedias (44.6%), es probable que exista una participación ciudadana limitada, o al menos, no tan amplia como sería esperado. Sin embargo, tampoco descarta la posibilidad de que exista una sorpresa el día de la elección y suba el porcentaje de participación, principalmente por lo polémico, apremiante y apasionado que ha sido el preámbulo a ésta.
Nos encontramos, pues, ante un contexto único en donde estará a prueba la supervivencia política de varios gobernadores que dejan su puesto, la reelección de legisladores, la polarización radical versus la certidumbre y muchos otros factores que ponen en tela de juicio el quehacer político mexicano. ¿Realmente cambiará algo?
Mientras escribía este texto, esa era la pregunta que recurrentemente me hacía.
Más allá de la elección, el problema de fondo persiste. El sistema político mexicano está podrido; el monstruo que se resiste a morir se reinventa y se transforma, pero su esencia y su fondo poco se trastoca. Durante décadas, ese ha sido el factor determinante: cambian partidos, cambian gobernantes, se dan las famosas alternancias… pero el sistema y el país no cambian, prácticamente todo sigue igual. Una clase de cooptación moderna continúa, las estructuras operativas de los partidos políticos son las que siguen gestionando el día cero de la jornada electoral y la ciudadanía organizada no ha alcanzado los niveles deseados para que la sociedad civil sea un contrapeso real del poder. Desorganización, apatía y un cansancio generalizado del constante conflicto y la división.